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Política

Guarachando por decreto

Una vez más, en Cuba se ha apelado a la alegría circense por decreto imperial. Como en Roma, pan y circo.

Miami

Mañana se cumplirán 59 años del triunfo de la revolución cubana sobre la dictadura de Fulgencio Batista. Serán tres años más de lo que duró la Republica inaugurada en 1902, que duró solamente 56.

Después de la última guerra de independencia en Cuba no quedó una caña de azúcar en pie, ni una gallina para hacer sopa. Según los reportes de la época, la guerra, sobretodo intensa en el oriente cubano, había sido de tierra arrasada por ambos bandos. La criminal reconcentración de Weyler, un método que con éxito sería reeditado varias veces después, desoló campos y ciudades de la Isla.

Pero no solo había sido la devastación de una guerra que fue prolongada y sangrienta, todo lo contrario de lo que José Martí hubiera deseado. El atraso tecnológico respecto a las colonias británicas, y la infraestructura de las ciudades —pocas calles asfaltadas, ausencia de edificios, deficiente higienización—, más una sociedad todavía con mentalidad de colonia y no de democracia, hacía de la Isla un reto para sus nacionales, y para el Gobierno interventor norteamericano.

Así que en poco más de medio siglo de democracia imperfecta, y con una economía de mercado muy tropical —los amigos a veces más importantes que la plusvalía—, se construyó todo un país. Pueblos que eran caseríos se convirtieron en ciudades. Las pocas fábricas que poblaban la geografía insular se hicieron de modernos equipos. Quien desee saber qué y cómo fue la revolución industrial y social cubana en la primera mitad del siglo XX, debe visitar la Maqueta de la Habana: lo construido en la llamada —con insana intención— republica mediatizada triplica lo levantado por el régimen comunista en igual tiempo.

Pero si pudiéramos hacer un mapa-maqueta interactivo, el espanto recorrería las venas. No solo se ha hecho menos, para colmo mal hecho —estilo Alamar, podríamos llamarle—, sino que se ha dejado a la suerte del viento, el salitre y a la gente amontonada que terminen de hacer ruinas de lo que fue un famoso teatro, un cine, una bodega en una concurrida esquina, un caserón señorial. Ciertamente, si algo salvará al señor Eusebio Leal será su obra de rescate del patrimonio, no su verborrea adulatoria.

Dado que las ruinas materiales y espirituales de una nación están hoy más expuestas al público que nunca, e incluso la guía partisana pospone su retiro, quizás porque no hay acuerdo sobre quien asumirá las culpas o la exoneración, una vez más se ha apelado a la alegría circense, por decreto imperial. Al mejor talante de Roma, pan y circo, esta frase en el diario Granma lo dice todo: "Guarachando recibiremos los cubanos el 2018, año 60 de la Revolución. La cultura, 'espada y escudo de la nación', nos convoca".

Y también hacen sus delicias otros amanuenses cuyos correctores de estilo parecen estar de vacaciones: "A lo largo y ancho del archipiélago cubano se multiplican las razones para celebrar el primero de enero, no ya por el advenimiento de un nuevo año, sino por lo que ha representado la Revolución para el pueblo: una esperanza que nos cobija a todos y que, a la vez, construimos entre todos". Lo de menos es la horrorosa combinación de tiempos verbales; las razones para esperar el nuevo año es el pasado, no el futuro; la esperanza es una cobija hecha entre todos, aunque ahora proteja del frío a unos pocos y deje a la intemperie a demasiados.

La "guaracha" propuesta es colocar cual soldados de la cultura cubana actual —tan decadente como en el resto del mundo—, a varios músicos y sus bandas por toda la Isla. Un par de pipas de cerveza y ron peleón. Y a bailar y a "gozar", sin la Sinfónica Nacional. A olvidar que hay retrocesos en las tímidas reformas; hay deudas por pagar y no se sabe cómo; que el reloj camina, y los hombres no son eternos ni imprescindibles; que en "la otra orilla" no van a hacer nuevas concesiones sin nada a cambio; que Rusia queda ahora más lejos que cuando era Unión Soviética.    

En tanto, la prensa sensata, o mejor, la que tiene la misión de persuadir sin ruidos y sin nueces, sin reguetón y sin cerveza acida, insiste —con mucha razón— en aumentar la ofensiva ideológica sobre la juventud. La democratización de las redes sociales, y el acceso libre a la información son contrarios demasiado fuertes para anularlos con borracheras y camisas sudadas en diciembre. Esos jóvenes a quienes pretenden obnubilar con frases soeces cantadas, alcoholes apurados en su destilación, tienen ya otros referentes culturales y sociales, quizás para bien o para mal de todo un país que como en 1902, tendrá que levantarse de las ruinas de una guerra aún más devastadora.

En tanto, la guaracha de un Ṅico Saquito redivivo, pudiera cantarse así en cualquier barrio cubano: "Miguelito me quiere gobernar/ y yo le sigo la corriente/ porque no quiero que diga la gente/ que Miguelito me quiere gobernar".

(Y si alguien le pregunta, diga que es Miguelito, el ratón de Disney.)

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