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Relaciones Cuba-EEUU

Trump y Cuba

Hay tres claras diferencias sustantivas entre la política hacia Cuba de Obama y la de Trump.

Miami

Un poco contradictoria es la campaña que realizan ahora, bajo la administración de Trump, los que impulsaron el acercamiento a Raúl Castro bajo el anterior presidente de EEUU.

Por una parte, desean convencernos de que nada ha cambiado. Esos son los defensores del "legado" de Obama que opinan que las políticas del expresidente, sean las de Cuba o el Obamacare, son tan sólidas, populares y beneficiosas que es imposible deshacerlas.

Por otra parte, están las líneas de desinformación que provienen de Cuba, con diversidad de argumentos para que cada público seleccione el que más le apetezca. Son todos alarmistas, pero tocan temas diversos. En esencia nos aseguran que las nuevas medidas serán fácilmente violadas por el Estado cubano y solo afectarán a la población. Además insisten en que solo servirán para fortalecer "la línea dura" de la cúpula de poder.

Son demasiados asuntos a responder en un solo artículo de opinión que debe respetar ciertos límites de extensión. Por ello me limitaré a dar mi criterio sobre la pregunta más recurrente: "¿Considera que la llamada nueva política hacia Cuba del presidente Trump es realmente diferente a la de su predecesor, o estima que es solo la retórica lo que ha cambiado?"

Perdonen que me extienda en la respuesta que, de sintetizarse, sería la siguiente: hay tres claras diferencias sustantivas, además de un evidente giro retórico. Me concentraré en lo primero.

El embargo 'a Cuba' ya no existe

En primer lugar, las sanciones del embargo quedan clara y definitivamente restringidas al sector estatal y, en especial dentro de él, a las empresas controladas por los militares. Del embargo "a la nación cubana" se ha pasado a un "embargo al Estado cubano". Las empresas privadas nacionales quedan excluidas de las sanciones.

Para Obama que avanzó inicialmente en esa dirección, esa lógica era apenas una coartada para proseguir hacia su verdadero objetivo: el levantamiento de las sanciones contra el Estado cubano. Para Trump, el apoyo al sector privado, combinado con las sanciones al Estado cubano, constituyen la esencia de su política hacia la Isla.

Ese incipiente sector nacional privado está sometido al embargo del Gobierno cubano, que no desea que se desarrolle, pero ya está claro que puede tener transacciones económicas directas con EEUU. Para no perjudicar a la población, e incluso a los cubanoamericanos, se han hecho concesiones al embargo en materia de comunicaciones y otras áreas, que pudieron haber sido técnicamente revertidas, como son los vuelos de compañías americanas, los viajes en cruceros o las comunicaciones telefónicas y de internet. También sigue en pie la autorización para vender alimentos y medicinas.

Pero ya no es posible decir que las sanciones están dirigidas a empobrecer al pueblo cubano. A eso se dedica realmente el Gobierno de la Isla, cuando insiste en un modelo estatista obsoleto y en cercar al talento emprendedor del ciudadano en un corralito de precario cuentapropismo, múltiples controles legales y excesivos gravámenes fiscales.

Si Raúl Castro levantase su embargo interno, y tratase a la empresa privada nacional del mismo modo (¡al menos!) que a la expresa extranjera, la economía cubana daría un salto inmediato y comenzaría a verse prosperidad de forma palpable. Pero no quiere. Prefiere mantener el status quo autoritario y estatista, mientras se enreda en una nueva campaña de propaganda contra Washington, acusando esta vez al embargo contra sus militares y empresas estatales de la agudización de la endémica escasez y de la precariedad del trabajo por cuenta propia.

Amenaza a la seguridad regional y estadounidense

En segundo término, esta política parte de premisas realistas sobre la naturaleza del régimen cubano, la mentalidad antiestadounidense y antirreformista de sus dirigentes y el peligro que esos factores representan para los intereses de la seguridad regional y estadounidense.

Obama basó su enfoque en el falso criterio —sembrado en la comunidad de inteligencia de EEUU por la espía Ana Belén Montes y en sectores académicos por individuos colaboradores o vinculados a la inteligencia cubana— de que al ser Cuba un país pobre, el único peligro real era que colapsara el Gobierno cubano y se produjese un éxodo hacia EEUU. Según esa trasnochada hipótesis —todavía aceptada por muchos— obraba en interés de la seguridad nacional estadounidense afianzar en el poder a los hermanos Castro y, al hacerlo, quizás (era apenas una esperanza) ellos evolucionarían hacia posiciones más flexibles.

Pero un breve recorrido histórico demuestra otra cosa. Cuba no era mucho más próspera y tenía los mismos dirigentes cuando se emplazaron cohetes nucleares soviéticos, y se exportaron guerrillas y fuerzas militares regulares a América Latina, África y Asia. Su debilidad económica tras la desaparición de la URSS no le ha impedido colonizar Venezuela y convertirla en su plataforma exterior narcoterrorista. Hay países y regímenes que no solo violan los derechos humanos, sino ponen en peligro la estabilidad y seguridad internacionales. El Eje Cubazuela es uno de ellos.

Obama pasó por alto que, bajo sus dos administraciones, La Habana creó una narcocolonia terrorista en Venezuela, contrabandeó armas con su aliado de Corea del Norte y se apoderó de un misil Hellfire en medio de las negociaciones bilaterales y, además, según el director de la CIA, constituye el segundo servicio de inteligencia más agresivo contra Washington. Nadie quiso ver que Cuba era parte integral de la nueva alianza antioccidental pos-Guerra Fría, la cual, con apoyos selectivos de Rusia y China, está compuesta fundamentalmente por estados represivos como Irán, Corea del Norte, Siria, Cuba, Venezuela, y por fuerzas irregulares de algunos grupos narcoterroristas como las FARC y Hezbolá. Tampoco desearon entender que fue el Eje Cubazuela el que impulsó una red de relaciones políticas hemisféricas antiestadounidenses, como el ALBA y CELAC.

Sobre todo nunca comprendieron que la motivación de las elites de poder en La Habana y Caracas no era la búsqueda de un "nuevo socialismo" para el siglo XXI, sino alcanzar un lugar central en la globalizada economía política del narcotráfico. La confrontación aquí no es con el comunismo, sino con dos regímenes dirigidos por elites mafiosas que se apoyan en otros Estados autoritarios y organizaciones criminales transnacionales y fuerzas terroristas.

Al renunciar a una política dirigida a cambiar al régimen cubano, Obama perdió de vista que son precisamente el obsoleto sistema que impera en Cuba y los líderes de ese país, los que generan los éxodos y ponen en peligro la estabilidad y seguridad regional.

El 'deshielo' tuvo un origen ilegítimo

En tercer lugar, la política de Obama hacia Cuba nació de forma ilegítima, porque no fue elaborada ni consultada con el concurso institucional de las agencias federales y del Congreso. La propia subsecretaria de Estado, Roberta S. Jacobson, se enteró de las conversaciones y sus resultados cuando los hechos estaban básicamente consumados, según su propia confesión ante el Congreso.

Esa política se ejecutó al estilo de una conspiración palaciega por parte de un grupo muy limitado de personas en la Casa Blanca, y poquísimas consultadas fuera del Gobierno. Dado su origen torcido, tuvo que ser construida de principio a fin apoyándose en directivas presidenciales, que ni siquiera podría llamárseles propiamente "ejecutivas" porque, a excepción de la Casa Blanca, las agencias del Gobierno federal fueron usadas básicamente para implementarla, no para cuestionar su sabiduría.

Fue coordinada principalmente por Ben Rhodes, un joven redactor de discursos que devino consejero presidencial íntimo del presidente. Según testimonios suyos posteriores, en su elaboración trabajaron, recluidos discretamente en una oficina del Departamento de Estado, sin identificación en la puerta, Luis Zúñiga y un alto ejecutivo de Balsera Communications, una empresa privada invitada a gestar un cambio de política que no estaba siendo consultado con los líderes de las instituciones gubernamentales pertinentes. Al primero, se le creía en la Casa Blanca un "conocedor de Cuba", por haber sido un funcionario temporal de la SINA, donde apenas podía moverse en círculos de opositores, dentro de un radio geográfico muy limitado. Al segundo, se le conocía como empresario y especialista en marketing, y debía aportar una estrategia de persuasión pública.

Entre ambos, además de contribuir con sus opiniones, tenían que aportar las narrativas para vender una política que no había sido consensuada o consultada fuera de un muy reducido círculo. Venderla suponía ajustar el discurso a cada público específico, y realizar encuestas cuyas muestras y cuestionarios selectivos generarían las respuestas que se buscaban para promover titulares de prensa favorables al acercamiento a Raúl Castro.

El "deshielo" fue una gigantesca operación de marketing político que no tuvo que ser financiada por el servicio de inteligencia cubano.

La política anunciada ahora por Trump siguió durante algunos meses una trayectoria de consultas institucionales con diversas agencias federales —todavía ocupadas en su mayoría por funcionarios de la época de Obama—, congresistas, organizaciones de la sociedad civil estadounidense y activistas cubanos.

Conclusión

Usted puede ser demócrata o republicano y opinar lo que desee sobre el actual presidente de EEUU y sus tuits. También puede discrepar de algún que otro aspecto de esta nueva política hacia Cuba. Pero no admite debate que el origen de este giro, a diferencia del llamado "deshielo", es institucionalmente legítimo. Y, por otro lado, que tanto su contenido como su conceptualización son claramente distintos a los de Obama.

Es cierto que ahora se abre una lucha para asegurar mecanismos eficaces para su implementación y el nombramiento de nuevos funcionarios que traten de impulsarla en lugar de sabotearla. También es cierto que es imprescindible explicar la nueva política con sistematicidad y eficacia. Y, como ocurre con cualquier reorientación, sea doméstica o exterior, queda por ver si obtiene el resultado que se busca.

Pero de lo que se puede estar seguro con toda certeza es que la anterior política era ya un evidente fracaso, y su continuación habría representado un daño irreparable a la causa de una Cuba democrática, próspera y libre.

Durante el supuesto "deshielo", La Habana arreció la represión interna, las reformas se estancaron, la coalición criminal con el régimen de Venezuela fue ostensible, el éxodo de cubanos alcanzó su máxima expresión y solo se detuvo con la derogación de la política de "pies secos, pies mojados". Todo lo contrario de lo que prometieron a Obama sus consejeros.

Tampoco en América Latina se cumplieron las expectativas de Obama, quien se dejó llevar por la utópica idea de que una retirada de EEUU en todo el planeta permitiría que los focos de conflicto se resolviesen de manera favorable. Eso no era otra cosa que una suerte de apaciguamiento aislacionista al que sus asesores bautizaron como "paciencia estratégica". Los resultados son obvios.

Todo vacío de poder que fue generado por esa genuina miopía estratégica norteamericana resultó nuevamente disputado por las peores fuerzas. En América Latina la herencia que dejó atrás fue la quiebra de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la continuada evolución criminal del Eje Cubazuela.

En el caso de Cuba, irónicamente, nadie hizo más que Raúl Castro por asegurar el fracaso de esa trasnochada política. Algo fácilmente predecible que se pudo evitar si los artífices de este naufragio no se hubiesen mostrado tan arrogantes.

Si hay algún "legado cubano" del presidente Obama, lamentablemente es ese desastre, del cual solo se salva su formidable discurso al pueblo cubano, en un teatro lleno por la elite de poder, durante su visita a La Habana.

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