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Opinión

En respuesta a Odette Casamayor Cisneros

A propósito de la polémica sobre una caricatura de Alen Lauzán.

Madrid

Resumo hechos: DDC publicó una caricatura de nuestro colaborador habitual Alen Lauzán; al menos tres intelectuales cubanos encontraron racista esa caricatura y así lo dijeron en sus páginas de Facebook y en un blog; DDC invitó a esos tres intelectuales a explicar en este diario el racismo advertido por ellos en la caricatura; uno de ellos —Arsenio Rodríguez Quintana— declinó la invitación con el argumento de que ya dijo en Facebook lo que tenía que decir; otra — Sandra Abd'Allah-Alvarez Ramírez— no respondió a pesar de insistírsele; Odette Casamayor Cisneros fue la única en aceptar.

En su artículo publicado ayer "Mis preguntas para DDC", Casamayor Cisneros afirma haberse sentido sorprendida por la invitación que DDC le hiciera. Confiesa: "yo no consigo entender que se me demande  justificar mi opinión sobre estas imágenes". Profesora en la Universidad de Connecticut, seguramente ha de estar acostumbrada a que su opinión sea recabada sobre tal o más cual tema. En tanto intelectual, su empleo y su destino ha de ser, en mucho, justificar sus opiniones. Ella criticó brevemente una pieza publicada en DDC, donde han aparecido varios textos suyos, y me pregunto en qué consiste entonces lo sorprendente o inentendible de la invitación.

A falta de respuesta en su artículo, conjeturo que habrá sido el hecho de tener que explicar lo que para ella resulta consabido. ¿Se estaban haciendo los bobos en la redacción de DDC —pudo haber pensado— o acaso no ven lo que tienen delante de sus ojos y fue publicado por ellos, que es el racismo de esa caricatura de Lauzán?

Casamayor Cisneros afirma: "Lo que más bien deseo, con la intención de entender la caricatura, el caricaturista y su aclamador público, así como la dirección de esta publicación que requiere aclaraciones, es que a los negros y las negras de Cuba les expliquen las razones de la recurrencia a esta grotesca representación del negro".

Se desprende de estas palabras que no es ella ni ninguno de los que se haya sentido ofendido por la caricatura quienes tienen que hablar. Es decir, como tarea intelectual basta con unos comentarios en Facebook, y no hay por qué ponerse a explicar lo consabido. Se alega "racismo", y punto. Entendido de este modo, es el fin de la discusión pública y sería también el fin de la academia.

Judicializar el asunto del racismo o no racismo de la caricatura de Lauzán, convertirlo en un caso como de sala de justicia en el cual quien debe explicarse es el infractor y no quien lo denuncia, podrá ser muy útil e incluso adecuado legalmente (esto último lo dudo), pero sirve de poco para la discusión intelectual. Si Susan Sontag se hubiera dedicado únicamente a afirmar que son racistas las imágenes de guerreros sudaneses de la fotógrafa Leni Riefenstahl, no habría hecho del todo su trabajo intelectual. Sontag necesitó, en cambio, escribir extensamente acerca de ello, y los lectores de su ensayo "Fascinating Fascism" le agradecemos toda la comprensión que trajo, para el caso de esas fotografías y para más, extendiéndose en sus argumentos.

Por descontado que en aquella historia no era Riefenstahl quien más tenía que explicarse, sino Sontag. Por pedagogía o por ardor intelectual, por necesidad de convencer a un público y de combatir un mal que veía allí donde otros no alcanzaban a verlo. Fue por razones como estas (y aquí pongo la salvación de distancias entre el caso que nos ocupa y el de Sontag versus Riefenstahl) que DDC invitó a Odette Casamayor Cisneros y otros intelectuales a explicar el malestar o indignación o repugnancia o rechazo o lo que fuera que les despertara la imagen en cuestión.

Esos tres intelectuales fueron convidados por una necesidad de pedagogía pública que tenemos todos, dentro y fuera de Cuba, contra el racismo con el que vivimos, en el que vivimos. Fueron convidados para que desvelaran, con ideas, con argumentos, con citas a punto, algo que, a juzgar por las reacciones de los lectores frente a la caricatura de Lauzán, no resulta tan evidente ni tan consabido como podría pensarse. 

Odette Casamayor Cisneros tiene todo el derecho a contestar con preguntas y peticiones a DDC la invitación que se le hizo. Pero lo que no me parece convincente es su extrañeza de verse convocada, su extrañeza de que se le "demande justificar" su opinión, tal como escribe ella, brindándole un matiz judicial.

Un intelectual y académico a quien admiro, José Quiroga, parece también compartir esas mismas sospechas pues, dirigiéndose a Casamayor Cisneros, le escribe en Facebook: "el pedido que 'expliques' el racismo de una caricatura tambien resulta un insulto a tu inteligencia, que es mucho mas que una explicación de lo que es el racismo para desentendidos. la proxima vex [sic] que haya que explicar en que conciste [sic] el arte abstracto, espero que te llamen a ti. y cuando una traducción de un fragmento de Gramsci no encaje con las traducciones a mano, que tambien te llamen a ti, aunque no sepas italiano".  

En su artículo, Odette Casamayor Cisneros supone que en la redacción de DDC consideramos que ella tendría que reírse ante "una bochornosa representación de dos hombres negros". Acto seguido se pregunta: "¿Por qué tendría que hacerlo?". Lo cual me despierta esta otra pregunta: ¿y quién le ha pedido a Odette Casamayor Cisneros que se ría de aquello que le parece ofensivo? Ella fue invitada a opinar, no a cambiar de opinión.

"¿Les sorprende acaso la disensión y la no participación en el bullicioso coro?", nos pregunta.

No sé si valga la pena responder a una suposición tan simplona, pero aquí va esta evidencia elemental: de procurar unanimidad, no habríamos invitado a quienes disienten, no la habríamos invitado a ella.

Refiriéndose a quienes hacemos DDC, al final de su artículo Casamayor Cisneros escribe: "De antemano, agradezco las explicaciones que tal vez sin insultos ni 'mítines de repudio', tengan a bien darnos".

¿Insultos?

¿Mítines de repudio (por entrecomillados que estos sean)?

¿Quizás?

Los mítines de repudio (tendrá que perdonarme ella por explicar lo consabido) son una práctica del régimen castrista para silenciar las voces que discrepan, para aplastar con gritos y violencia física y hasta música y niños, a quienes se atrevan a pensar distinto. Y fue precisamente lo contrario de un mitin de repudio lo que procurábamos al extenderle a ella y otros dos intelectuales una invitación a publicar.

Que esa invitación haya sido percibida como un insulto a la inteligencia (Quiroga dixit) da la medida de que incluso entre académicos pueden existir ciertos rasgos de antiintelectualismo. Porque, ¿acaso hay asuntos sobre los cuales no valga la pena razonar, por perogrullescos o tabúes? ¿O lo ofensivo tiene acaso que frenar el ejercicio de la inteligencia?

Abandonar la discusión sin siquiera comenzarla —Arsenio Rodríguez Quintana—, despreciar el ofrecimiento de un espacio —Sandra Abd'Allah-Alvarez Ramírez— o desviarse imaginando victimismos —Odette Casamayor Cisneros—, no son más que variaciones para dejar sin combatir lo que ellos tres han pretendido denunciar como racismo manifiesto. Equivale a faltar a un deber intelectual y cívico. (Exceptúo en este punto a Abd'Allah-Alvarez Ramírez, quien más tarde se ha ocupado del tema en su blog.)

Entre nosotros, fuera y dentro de la Isla, la discusión colectiva está en un estado tan lamentable, tan inexistente, que alguien como Odette Casamayor Cisneros, profesora de la Universidad de Connecticut, es capaz de confundir una polémica con aquello que significa su radical negación: el mitin de repudio.

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