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Opinión

Apuntes sobre una no discusión

'Lo peor que puede hacerse en esa no discusión que ha generado la viñeta de Lauzán y su denuncia como racista es intentar 'ganarla' sobre la base de la pertinencia o no de un calificativo.'

Leiden

La publicación hace unos días de una viñeta de Alen Lauzán en DIARIO DE CUBA ha suscitado, más que discusión, una toma febril de posiciones sobre el tema del racismo entre cubanos. Estos apuntes, con todo lo que tienen de circunstanciales, persiguen pensar el intercambio y sus posibilidades —más que la viñeta misma o la obra gráfica de su autor o las varias militancias que esas posiciones enfrentadas ponen de relieve.

Lo peor que puede hacerse en esa no discusión que ha generado la viñeta de Lauzán y su denuncia como racista es intentar "ganarla" sobre la base de la pertinencia o no de un calificativo (¿es racista, no es racista?), porque impide pensar el problema de fondo. Se trata de un asunto que no es ni simple ni banal, así que banalizarlo aún más desde posiciones enfrentadas y mutuamente excluyentes —racista y bien, por un lado; de racista nada, del otro— no conduce a ninguna parte. Al menos, no conduce a ninguna donde se quiera permanecer.

Lo deseable, entiendo, sería pensar el problema, en vez de usar —en ámbitos cerrados y donde al parecer la unanimidad es tanta que solo se reafirman premisas de pertenencia— adjetivos que descalifiquen la opinión del otro. Lo anterior, esa dinámica de descalificación, es resultado de ceñirse al uso o no de un adjetivo e ignorar todo lo demás que forma parte del problema, amputándole su complejidad y su textura histórica misma.

Que la sociedad cubana —como la casi totalidad de las sociedades latinoamericanas, o la norteamericana, o la española— sea racista es un hecho. Que el racismo cubano tenga características propias no lo hace menos racismo, pero pretender ignorar esas características tampoco.

Vayamos por partes, y saludable empezar por el principio: la viñeta de marras que generó la discusión. Lauzán hace humor político (lo cual, por supuesto, no es ni atenuante ni agravante con respecto a si racista o no racista: es un hecho). Hace humor político sobre la sociedad cubana —sobre el mundo cubano, porque no se ciñe exclusivamente a una u otra orilla—. Y en ese mundo cubano lo que podemos llamar la coyuntura racista es, qué duda cabe, un hecho ostensible, que abarca desde prácticas discriminatorias concretas y actuales hasta un amplio imaginario tópico, "costumbrista", y el poso sedimentado de una historia que comprende varios siglos de esclavitud y de condición colonial. Ahora bien, que el mundo que describe sea racista o tenga componentes racistas, ¿hace necesariamente racista el humor de Lauzán, o hace racista esta caricatura en concreto? ¿Qué es lo que haría, realmente, racista la caricatura de Lauzán?

La denuncia de Sandra AbdAllah en su blog —y salvo que esté pasando ahora alguna opinión por alto, también los ecos de esa misma denuncia— apunta sobre todo a un problema de representación, que su autora reduce a una cuestión de cuota simbólica, de adscripción de roles. Lauzán representa (pone en escena) a negros. A dos, incluso, recalca en mayúsculas AbdAllah. Y esos dos cubanos negros tienen en su viñeta el rol de objeto de deseo de las turistas chilenas. Hasta ahí, bien, pero ¿supone eso que la caricatura de Lauzán sea racista? La sociedad cubana es multirracial, que en nuestro caso quiere decir básicamente un sinnúmero de gradaciones étnicas entre dos extremos arquetípicos: el negro total y el blanco ídem (casi inexistentes esos extremos, las gradaciones entre uno y otro conforman en cambio la mayoría de la población cubana). Si no se ignora voluntariosamente lo anterior, la pregunta, entonces, se impone: ¿la representación del negro cubano en cualquier otro papel que no sea heroico o emancipatorio supone necesariamente racismo? ¿Habría que blanquear a los actores de la sociedad cubana para no ser culpable de racismo? Me parece evidente que la respuesta a ambas preguntas es No. Que no haya que blanquearla resulta obvio (de hecho, lo racista sería pretender hacerlo). Pero ¿y qué pasa con la representación del negro? 

Aquí las cosas son menos obvias. Por supuesto, la representación del negro, si bien no supone necesariamente racismo, sí puede implicarlo en una u otra medida. Y conviene subrayar: puede, pero no tiene que implicarlo por el mero hecho de la representación. Y ahí es donde falla del todo la argumentación de AbdAllah: si la caricatura de Lauzán fuera racista, no lo será en ningún caso porque represente a un negro, o a dos, o porque represente a los negros como objeto de deseo del turismo sexual (en Cuba hay millones de negros y mulatos, y el turismo sexual con destino cubano tiene a los negros, hombres y mujeres, hiperconnotados como objeto de deseo: que eso sea bueno o no es otra historia, pero para bien o para mal también es un hecho).

Entonces, si la caricatura (esa, o cualquier otra) fuera racista lo sería por la manera de representar al negro, por la forma —el cómo, y no el hecho de que aparezca un negro o dos o 30— en que tiene lugar esa representación. Y aquí entramos en terreno sensible y por lo visto, resbaladizo, un tobogán hacia el abismo. Ha habido quien, en la discusión que se generó, toca el punto de la forma para confirmar el carácter racista de la viñeta. Pocos, pero los hay. Es el caso de Julie Skurski, quien, en correo enviado a Lauzán y que ha hecho público en facebook, le reprocha explícitamente la forma que asume la representación: "representándolos como casi monos de comportamiento degradado", escribe. Ahora bien, cabría preguntarse por qué Skurski ve "casi monos de comportamiento degradado" —sintagma este sí de un racismo brutal—. ¿Es que se balancean acaso de alguna rama los negros de Lauzán? ¿Intentan alguna práctica "degradada", si quiere decir algo eso, con plátanos? Lo cierto es que no. Lo "degradado", si acaso, sería el contexto de precariedad y turismo sexual del que forman parte, pero aquí volvemos a lo mismo: ese contexto es factual, existe en Cuba, es precisamente eso —y su despolitización interesada— lo que está criticando Lauzán, y dentro del imaginario del turista sexual que viaja a Cuba el negro o la mulata son, como es sabido, objeto de deseo (en la misma pobre acepción en que pueden serlo "orientales" o "chinas" o "thai" en cualquier taxonomía porno).

Quizá el problema —y sí, es un problema, que merece ser pensado como tal— tenga un foco importante en la representación de minorías (étnicas, sexuales, del tipo que fueren) en contextos donde esas minorías han padecido históricamente o padecen algún tipo de desventaja. ¿Cuál sería la solución idónea? Pongamos el caso de la esclavitud, un fenómeno terrible pero no por terrible menos fenómeno histórico: no por terrible menos hecho cierto. ¿Habría que NO representar gráficamente a los negros en roles por ejemplo de esclavo en un contexto donde, en efecto, los esclavos fueron los negros? Me parece evidente que no es esa la solución, pero imaginemos hipotéticamente que lo fuera, o que fuera conveniente como programa, o que desde las mejores intenciones del mundo se pensara como una solución al problema: ¿qué se hace entonces, o mejor, cómo se hace? ¿Se "blanquea" a los esclavos? ¿Se omite sencillamente la existencia de varios siglos de esclavitud, de la trata, del progresivo proceso de arraigo cultural que tuvo lugar en todos los sitios donde hubo esclavos negros? ¿Se reescribe ese, y de paso todos los demás pasajes de la historia que no nos gusten o no se adapten al presente que queremos? La Historia —la cubana, la humana— tiene momentos lamentables, demasiados, momentos que hubiera sido mejor que no hubieran tenido lugar, pero modificarlos a posteriori, maquillarlos en una suerte de discriminación positiva o lo que viene a ser mucho peor, de plano omitirlos o escamotearlos, no representarlos por lo que tengan de lamentable o terrible o siniestro, no ayudará a que no se repitan. Ni ayudará a eliminar las secuelas que hayan dejado esos momentos históricos lamentables.

La discusión sobre la viñeta de Lauzán se queda en pobre intercambio de descalificaciones si no se piensa la coyuntura racista —esa sí, cómo no, del todo racista— que pone en escena, que representa críticamente. Pensarla y contribuir a que esa coyuntura cambie pasa, entiendo, por asumir participativamente roles críticos, que tienen entre otros un buen canal en el intercambio desprejuiciado de ideas y en el respeto a la diferencia. Pero hay poco de intercambio desprejuiciado en la mera descalificación, o en el ocultamiento o el maquillaje de realidades históricas, aun si fueran las mejores las intenciones que los guíen.

Un libro como el último de Francisco Morán, Martí, la justicia infinita, que analiza y desmonta el positivismo muchas veces de índole racista que recorre buena parte del pensamiento de Martí, o una novela como La sombra del caminante, de Ena Lucía Portela, que pone en escena, entre otras cosas, la violencia contra el diferente —blanquita de mierda, dicen las que patean en el suelo a Gabriela; negra de mierda, dicen los que torturan a Aimée— hacen infinitamente más por pensar el problema, representándolo, tratando el conflicto, que la corrección política mal entendida o la voluntad de esconder bajo la mesa fenómenos que, aun cuando no nos gusten, ocurrieron, ocurren, son hechos que están ahí. Mucho mejor pensarlos entre todos que reproducir las lógicas de exclusión, de derecho exclusivo de habla o de silencio impuesto que los hicieron posibles.

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