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Sociedad

Eminencias que terminan en la basura

El aumento de la locura en Cuba es secuela de la crisis en que vivimos los ciudadanos. Tres casos de eminencias profesionales que han terminado como locos callejeros.

La Habana

El aumento de la locura en Cuba es secuela de la crisis que viven sus ciudadanos. Las causas más comunes varían, desde el mucho estudio para luego toparse con una vida de caminos sin salidas, hasta el alcoholismo.

En Jaimanitas vive Betty "La Loca", mujer menuda, de vestir modesto y andar aprisa, siempre rondando las cafeterías para pedir con mucho respeto que le paguen un café. Nadie imagina que en su juventud Beatriz Solar fue una avezada economista con múltiples proyectos de importante impacto social en sus manos y con real poder de decisiones. Pocos se acuerdan de su historia, cuando vivía inmersa en las tareas revolucionarias sin descansar un minuto.

"Eso fue lo que la quemó", dice Gertrudis, una anciana del Círculo de Abuelos de Jaimanitas, que vive en su cuadra y la conoce desde niña. "Beatriz era un verdadero prodigio y llegó a ocupar  altos puestos, pero después muchos planes se fueron al piso y aunque no era culpa de ella cogió mucha lucha… quería enderezar los incumplimientos… y encontrar las causas…  Varios funcionarios mediocres que le tenían envidia y querían su puesto aprovecharon su intentona inútil y le serrucharon el piso. Eso terminó jorobándola. ¡Mira como está!".

Betty mantiene un interminable soliloquio mientras desanda Jaimanitas. Con voz dulce y educada parece que dirige una reunión, da consejos, regaña, siempre se muestra inconforme en su monólogo, pero se ve bien centrada, como queriendo arreglar Cuba. Cuando se toma un descanso en su jornada de trabajo imaginaria se sienta a la orilla del mar, ensimismada. Quien sabe pensando en qué.

Otro talento frustrado de Jaimanitas es "El Chapi", que estudió  en la antigua Union Soviética la carrera de Ingeniería Automotriz y llegó a ser mecánico de los autos oficiales. Fue también un famoso chapista, consultado por todos los ministerios, también con una carga de trabajo enorme, que apenas le dejaba tiempo para un respiro.  

"Nadie sabe qué pasó", dice Cacato, su sobrino. "Mi tío se fundió de la noche a la mañana. De pronto lo sacaron del trabajo, nunca se supo la causa, se tiró a la bebida, comenzó a hablar solo, a andar sin zapatos, dejó de bañarse, fue involucionando de una manera que no te puedo explicar. De lo que era ayer a lo que es hoy, el cambio es increíble. Ahora se pasa el día entero hurgando en los latones de basura y borracho todo el tiempo. Parece un esperpento".

En el paradero de Playa deambula otro loco que recoge del piso todo tipo de desperdicio de comida. De los latones de los timbiriches cercanos a las paradas, se come los restos de panes y dulces que la gente arroja. Se los traga con una rara avidez. Conozco su historia por Alexis y Rolando, dos jóvenes que esperan la 191 que pasa por Jaimanitas y comentan que ese loco fue su  profesor de Química-Física cuando estudiaban en el Politécnico de Alimentos, diez años atrás.

"Era una eminencia", dice Alexis. "Le decíamos Bernoulli, como el matemático francés. Venía ya medio tostado de la Universidad, donde dicen que  daba clases a muchos grupos y atendía dos cátedras. En el Politécnico terminó de quemarse, por la carga de trabajo y por la sicosis que cogió con las cinco especialidades que se estudiaban en el politécnico: Carnes, Productos Lácteos, Harina y sus Derivados, Conservas de Frutas y Vegetales y Alimentación Social".

"Su  apellido es Quintana", dice Rolando, "y era tremendo profesor. Fue expulsado de la escuela  cuando la cogió con el lío de los alimentos… Se sentaba al final del comedor a recoger las bandejas con las sobras, para explicar a los alumnos el contenido energético que estaban desechando y las propiedades de los aminoácidos y las enzimas. ¡Hasta se ponía a calcular las calorías perdidas en los chícharos o en el picadillo de soya que las muchachitas no se comían! Me he encontrado con el profesor Quintana varias veces, en otros sitios,  y siempre anda igual, recogiendo comida del piso… tragándosela como un loco… hablando solo…".

Historias como estas y hasta peores se encuentran a diario en la calle y uno dice "Mira un loco", sin preguntarse cuánto puede ocultarse detrás de su demencia.

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