Back to top
Sociedad

¿Qué podemos considerar una 'mala palabra'?

Una breve historia de ese 'lenguaje soez' que, como las giardias o los virus gripales, nos acompañará siempre.

La Habana

¿Qué podemos considerar como una "mala palabra"? La entrada correspondiente en la Wikipedia en español, denominada Lenguaje soez, culmina con esta sentencia: "Generalmente se utilizan en el lenguaje soez expresiones sobre lo que en la sociedad es sagrado (religión, familia) o sobre lo que se considere tabú (sexo, partes del cuerpo, escatología) o bien expresiones que exacerben descripciones personales (insultos)."

El citado artículo nos informa de que, en Chile, garabato es sinónimo de mala palabra. Grosería, disparate, improperio, vulgaridad, palabra obscena, palabra sucia, palabra soez, aparecen como formas de denominar el tópico en diversos países; más circunscritas son gaminada, en Colombia, lisura, en Perú, o malcriadeza en El Salvador. Por España figura exclusivamente taco, aunque el Diccionario Vox del Uso del Español en América y España nos proporciona otras expresiones relacionadas, tales como ordinariez, terno, palabras gruesas, o palabras mayores. Aquí optaremos por palabrota, de uso generalizado entre los hablantes del castellano.

¿Son algunos pueblos más propensos al uso de las palabrotas?

En Cuba, 50 años atrás, se hacía menos uso de ellas; no se empleaban en los espacios públicos, ni delante de menores. Si alguien se propasaba en su lenguaje, inmediatamente era reprendido: "Compadre, hable lindo, que aquí hay mujeres y niños…"

En Europa se solía considerar a los pueblos meridionales más proclives al lenguaje sucio: españoles, provenzales, italianos; presunción sustentada quizás en el carácter más extrovertido de estos pueblos.

El estudio diacrónico de lo soez y escatológico arroja resultados curiosos. Imágenes en que lo "pornográfico" se entremezcla con lo caricaturesco o lo satírico en el arte egipcio presuponen la existencia de relatos procaces —lamentablemente perdidos—. Los prostíbulos de Pompeya recuperados por la arqueología confrontan a los visitantes con imágenes explícitas y textos en un latín picante.

Algunos pasajes que podrían considerarse groseros en los clásicos de la literatura medieval y renacentista, posiblemente carecieron de tal connotación en su época. Esto vale para la Divina Comedia de Dante, el Decamerón de Boccacccio, los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer, el Heptamerón de Margarita de Angulema y, aunque pertenecen a otao ámbito cultural, los Cuentos de la Mil y Una Noches.

La procacidad del lenguaje de La Celestina, de Fernando de Rojas, es todo un júbilo para los estudiantes secundarios. En Cervantes, salvo algún que otro chiste escatológico organizado en torno a la señorial excentricidad de Don Quijote y la pueblerina rusticidad de Sancho, la grosería está mayormente excluida.

La novela licenciosa circuló profusamente desde que la expansión de la capacidad de leer creó una masa de potenciales consumidores. Con el advenimiento de las primeras manifestaciones de pensamiento iluminado, humanistas y librepensadores hicieron uso del género para ganarse un dinerito y de paso intercalar, entre las descripciones de orgías y revolcones, su ideario subversivo. Las biografías de damas galantes, de seductores célebres como Casanova, de corruptos prelados de la Iglesia y en especial la vida licenciosa de una aristocracia que conjuraba el tedio con el ejercicio de la lujuria, eran los motivos recurrentes de esta literatura pornorrevolucionaria.

Pero exceptuando al deslenguado Voltaire y los excesos del Marqués de Sade, el lenguaje de estos textos solía ser más exquisito que sucio. Mutatis mutandis, la literatura erótica se las apañó para sobrevivir. Durante el siglo XX enfrentó la competencia de la historieta y la novela gráfica, del cine y el video pornográficos y hasta las osadías de la "literatura seria": El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence, el Ulysses de James Joyce, Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, ambas de Henry Miller y Lolita de Vladimir Nabokov, provocaron escándalos cuando se publicaron, aunque hoy se estudian en las universidades.

El cine, el lenguaje, España

El cine censurado creó imágenes estereotipadas de los pueblos. Durante décadas, el erotismo norteamericano parecía constreñirse a besos fotogénicos; el lenguaje en el cine negro podía ser despiadado, pero invariablemente pulcro: nunca escuchamos a Bogart soltar un taco. En las comedias de Lubitsch, Cukor o Wilder, los diálogos eran chispeantes como el champán y al igual que las letras de los temas de Cole Porter, cargados de doble sentido; pero palabrotas, ninguna.

A fines de los años 50, las pantallas universales se saturaron con las comedias de cornutos y putanas que sucedieron al neorrealismo. Una parte del público mundial sucumbió al prejuicio de que los italianos eran el pueblo más malhablado y sicalíptico del planeta.

Realizadores como Sidney Lumet o Mike Nichols comenzaron a mostrar la sexualidad norteamericana con más crudeza. El filme independiente Easy Rider instauró en el imaginario colectivo una norteamérica alternativa, con moteros, hippies, consumidores de drogas alucinógenas. El spaghetti western, con su visión cínica de la expansión hacia el Oeste, aportó su poquito a desmitificar el aséptico universo de celuloide que Hollywood había cincelado en décadas previas.

La era del destape promovió una imagen hasta entonces insólita de la España franquista, cantadora de coplas en los 40 y los 50, cantadora luego de modositas canciones pop en los años de los Planes para el Desarrollo; una España sospechosamente apolítica, todavía mojigata e inocentona como los roles que interpretaba Alfredo Landa.

Con la transición, esto cambió. A los desnudos monumentales de Analía Gadé le sucedieron las escenas de sexo atrevidamente explícitas de Victoria Abril, las andanzas literarias de la Patty Diphusa de Almodóvar y las historietas de El Jueves, que sustituyó los globitos de sapos y culebras por ceceadas groserías como las que soltaba el Marqués de Leguineche en la trilogía de Berlanga.

Los filmes de Scorsese, de Ferrara, de Tarantino, se hicieron célebres por la cantidad de palabras soeces que se escuchaban en los diálogos. La moda contaminó la televisión, la televisión se satelizó y se hizo global.

La proliferación del lenguaje soez parece hoy un problema universal. La excepción la constituirían los estados teocráticos donde ciertas actitudes, de palabra o de hecho, pueden ser punibles con castigos severos.

El lenguaje soez arremete contra lo sagrado, lo prohibido, lo que el decoro proscribe del habla decente, y se ceba especialmente en cuanto motivo facilite o justifique la injuria y la descalificación del prójimo. Ya lo dijo Shakespeare: "Aunque seas casto como el hielo y puro como la nieve, no por ello escaparás a la calumnia."

Interjecciones

Podemos identificar funciones en el empleo de las palabrotas y de las frases soeces: la más recurrida es, seguramente, comointerjección, que según el Larousse, es "Voz que expresa una impresión súbita o un sentimiento profundo de asombro, sorpresa, admiración, alegría, enfado, dolor, molestia, u otras sensaciones." Como en este terceto de genealogía prostibularia:

¡Cojones! –dijo la vieja marquesa,

poniendo sobre la mesa

un paquete de condones…

La interjección cumple una función catártica, cuando conjura o exorciza un peligro. Si en una de esas calles de Centro Habana que por su estropicio recuerdan a la bombardeada Alepo, un transeúnte experimenta el desagradable percance de que un trozo de balcón se desprenda y caiga, y el involucrado salva la vida por una distancia de centímetros, "¡De pinga!" deja de ser una expresión gratuita. (50 años atrás, la interjección hubiese sido "¡Jesús!", pero, como los balcones de Centro Habana, el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos…)

Un empleo útil de la palabrota proviene de su función exhortativa, para incitar o estimular: "Corre, coño, corre…." O para inducir mayor atención o celo en una actividad que lo requiera, como cuando un chofer le grita a un peatón imprudente: "¡Comemierda, mira por dónde caminas!"

La función denostadora y el epíteto cariñoso

La función denostadoraes la que sustenta la ya citada frase de Shakespeare. Comprende lo relativo a insultar, denigrar, calumniar, desprestigiar y otros verbos ingratos. Se usa, en la batalla por la vida, para apartar o derrotar a posibles adversarios, o por antipatía, o por injustificada mala leche.

Los prejuicios raciales y sexistas la estimulan; el accionar taimado y la hipocresía la favorecen. ¿Ejemplos? "A Fulana la ascendieron porque se la ha chupado hasta a Mazzantini el torero…" "Aquí, para ser director de teatro, tienes que ser maricón." Todos injuriamos, ofendemos o descalificamos en algún momento de nuestras vidas. Que Dios nos perdone…

En el ámbito de lo grosero todo no es negativo, así arribamos a su uso más insólito: como epíteto cariñoso. García Márquez tituló una de sus novelas más polémicas Memorias de mis putas tristes; rememoración nonagenaria, nostálgica y afectuosa.

Las malas palabras constituyen una parte espuria, pero fundamental y recurrida, de nuestro acervo. Como las giardias o los virus gripales, nos acompañarán aún por un largo trecho.

Archivado en

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.