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Miami

Los guajiros cubanos de Homestead

El límite sur del condado de Miami-Dade recuerda lo que debió ser Cuba antes del diluvio fidelista.

Miami

Adentrarse en los predios de los guajiros cubanos de Homestead (en el límite sur de Miami-Dade), es una suerte de retrospección hacia un paisaje de Cuba que nunca vimos pero que la nostalgia de padres y abuelos no nos dejaron olvidar.

Pequeñas fincas en las que no queda ni una micra libre para hierbas malas o matojos silvestres. Fecundas parcelas sembradas de viandas, frutas, arroz, frijoles, vegetales… Arboledas de aguacates, de mangos, de guayabas o cítricos. Canteros de flores típicas que no se han vuelto a ver en Cuba más que en las coronas mortuorias de los mandantes. A un lado y otro de la carretera, el trayecto por las zonas rurales de Homestead deviene fiesta para los ojos y el olfato. Así debió ser, me dicen, un paseo por las afueras de La Habana, digamos con rumbo a Alquízar, San Antonio de los Baños, Bejucal, Güines, o Quivicán.

A uno y otro lado encuentras vendutas, más y menos improvisadas, donde se pueden comprar jugos, batidos, guarapo, raspaduras, tamales, quesos frescos, pan con lechón, dulces caseros en almíbar, aguacates, guanábanas, chirimoyas, nísperos, ciruelas, mameyes colorados, caimitos… Algunas de estas golosinas ni siquiera las has probado nunca. No las conoces más que a través de ciertas descripciones familiares o mediante cuadros costumbristas.

También hay allí restaurantes de comidas criollas, muy al estilo del famoso Rancho Luna que existió en el Wajay (y que tal vez existe aún, pero solo como un espectro). Por lo general, son atendidos por familias que distribuyen sus esfuerzos entre las labores del campo y el comercio. Un ejemplo —solo uno entre varios— es el de la familia Reyes, donde además de la mejor comida cubana que es posible saborear en Miami, puedes hallar cualquier otro producto propio de la agricultura isleña. Y todo a precios sorprendentemente bajos. Es algo que les permite el hecho de producir ellos mismos gran parte de la materia prima.

De repente, puede darte la impresión de que estás visitando sets de Hollywood, donde se proyecta filmar una película, bien pintoresca y folklórica, sobre la Cuba anterior a 1959. Sin embargo, nada más lejos. Entre los guajiros de Homestead todo es espontáneo, auténtico. Fruto del trabajo duro y del espíritu re-emprendedor de nuestra gente humilde, que no encontró otra alternativa más que abandonar sus propiedades en la Isla (aun cuando se sabe que para el guajiro cubano la tierra es el guajiro mismo), y venir a jugársela en un país extraño, a empezar de cero, rompiéndose el lomo para domar los suelos, encabuyándolos a su voluntad, convirtiendo arenales en campos fértiles, pero, además, haciéndolo con la mayor alegría, puesto que al fin lograban su única ambición: cultivar la tierra en paz y libertad, y obtener sus frutos como verdaderos dueños.

Allí hay cubanos de diversas provincias y de generaciones, pero sus diferencias no son apreciables a simple vista. Todos, sin proponérselo, sin hacerlo consciente siquiera, encarnan la representación del guajiro reyoyo, tal y como debió ser antes del diluvio fidelista y quizá como algún día vuelva a ser en la Isla.

Es frecuente que muchos compatriotas, tanto en Europa como en Cuba o en Estados Unidos, emitan juicios negativos y por lo general peregrinos acerca de quienes vivimos en Miami. Para colmo, suelen echarnos a todos en un mismo saco, prejuiciadamente, que es la manera más bruta de practicar la injusticia. Una buena medicina para sus aprensiones podría ser tal vez que cuando tengan un chance, se dejen caer por los predios de los guajiros de Homestead.

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