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Educación

¿Cuántos cubanos leen?

Si la revolución hace rato que se fue a bolina, con ella también se fue la lectura como afición compartida, normalmente mayoritaria. ¿Y en el exilio?

Miami

Un artículo de Juan Cruz en el diario español El País apunta cifras escalofriantes acerca de los hábitos de lectura en España: 39,4% de españoles adultos no ha leído un libro en los últimos 12 meses. Añade que el 57,5 % no ha pisado una librería y el 74,7 % no ha ido a una biblioteca.

Si en el país de habla hispana donde más se publica y donde mayor acceso gratuito a libros existe —con el nivel de vida de la Comunidad Europea a pesar de la crisis local— nada menos que cuatro de cada diez personas no ha abierto un libro desde 2014, ¿cuál será la cifra de cubanos dentro y fuera de nuestro archipiélago?

Cuando se añade a la desbocada banalización globalizada los calamitosos problemas de la economía cotidiana en Cuba —de la comida baja en proteína al transporte para la biblioteca, del bombillo para leer a la precariedad y hacinamiento en una de cada dos viviendas—, supongo que ni el más desbocado de los triunfalistas del oficialismo —un Abel Prieto, por ejemplo—  se atreva a decir que hay más lectores que en España.

La lógica es inexorable: más de la mitad de los cubanos —siendo generosos— no ha abierto un libro. La pregunta —válida para cualquier país— es una obvia inferencia: ¿Y por cuántos años viene repitiéndose el fenómeno? Lo que da lugar a otra: ¿Qué porciento de la población tiene el hábito de leer?

Los estudiosos del tema —aún antes de Robert Escarpit— coinciden en que el hábito se sitúa en un mínimo de una hora diaria de lectura, promedio semanal. Desde esa cota se establece el deslinde, hoy sin distinciones entre el soporte papel —que aún predomina, mucho más en Cuba— y el electrónico, que avanza indetenible por su precio, rapidez, interactuación, constante actualización y comodidad de almacenamiento; sobre todo entre los jóvenes, aunque el acceso a bibliografía actualizada vía internet todavía presente candados, sobre todo cuando se trata de temática de las llamadas Humanidades o Ciencias Sociales.

Esa triste cifra —la mitad de los cubanos adultos no lee— parece que no cambiará en los próximos lustros. A las visiones rousseaunianas, que falsamente suponen un beatífico inmovilismo casero y rural dentro de Cuba que promueve la lectura como entretenimiento inevitable y forzado, se añade una pregunta que nunca el Ministerio de Educación se ha atrevido a responder objetivamente: ¿Cuántos maestros leen? Y su consecuencia, por muy buena actuación que se tenga en el aula: ¿Puede inculcarse un hábito que uno no tiene? ¿Con qué ánimo, entusiasmo, amor? ¿O es que los alumnos son bobos?

La próxima generación de adultos está hipotecada en Cuba: en el 2030 apenas uno de cada tres leerá; sin contar —me permito una rápida digresión— otras "bondades" derivadas de la mala educación social y de la improvisación de maestros; de los hábitos políticos de trancar la boca y aplaudir mirando para el cielo.

A lo que se añade una oferta sectaria de libros, donde a la censura ideológica y política que mantiene el Partido Comunista (PCC) sobre lo que se publica, se une año tras año el incumplimiento —solo se cumplió el 30% en 2015— de los planes de edición y distribución del Instituto del Libro; incluyendo en la cacareada Feria, donde ya se venden tantas "artesanías" y emparedados de croqueta mística como libros.

Con escasas ofertas novedosas y la mayoría poco atractivas, con precios cada vez más distantes del bolsillo común o sencillamente en CUC..., ¿quién se incorpora —sobre todo entre los estudiantes universitarios— al club de lectores? Nunca la lectura ha sido más elitista en Cuba,  donde hay bibliotecas municipales —como la de Manzanillo— que llevan años clamando porque les entre un lote nuevo, arreglen las sillas, cojan las goteras, tengan acceso libre a internet.

Aquella lejana época real de la revolución —entre 1959 y alrededor de 1968 o 1970— quizás fue la de más lectores en la historia de Cuba. La Imprenta Nacional dirigida por Alejo Carpentier, Ediciones R, la importación y venta barata de libros españoles, la densa red de bibliotecas y librerías, la gratuidad de la educación y la de adultos bajo los axiomas pedagógicos de la educación continua y la lectura como su centro..., parecen avalar la hipótesis. De ahí que el contraste con la actualidad sea más lastimoso. Y genere tanta pena la indigencia material y tanta rabia la represión. Una represión que lleva a censurar, no solo a escritores cubanos con textos disidentes aunque hayan fallecido como Guillermo Cabrera Infante; sino de otras lenguas: Milan Kundera, Vasili Grossman...        

¿Y el hábito de lectura dentro de los cubanos del exilio? No parece que ninguno de nosotros haya llegado de otra galaxia sino del mismo caldero "revolucionario".  Así que sobre todo los más recientes arribos padecen los mismos defectos. A lo que se suma la multiplicación de opciones y diversiones, la mayoría tan triviales como seductoras. Además, niños y jóvenes cuya lengua materna es el español aquí en EEUU pronto leen y escriben solo en inglés, por lo que las estadísticas son otras, aunque no —por complejas razones— demasiado distantes.

Entonces, ¿cuántos cubanos leen? ¡Pocos! Me atrevería a afirmar que el porciento no sería ni la mitad del español. Si la revolución hace rato que se fue a bolina, con ella también se fue la lectura como afición compartida, normalmente mayoritaria. Y nada de elogio o refugio en el pasado —hábito de nonagenarios mentales a lo Castro Ruz—, porque ni la saturación mediática de entretenimientos para tontos ni los disparates impuestos por pedagogos pragmáticos en programas de estudio y textos escolares impiden que nos enfrentemos a la crisis que trata de arrinconar la forma más hermosa y eficaz de alimentar la inteligencia y la sensibilidad.

Porque lo cierto —revuélquense los catastrofistas— es que hoy se lee más en el mundo que nunca antes en la historia de la humanidad, lo que no impide reconocer crisis, retrocesos, errores... Y aunque a los proyectos para aumentar la cantidad y el porciento sea sensato añadir: ¿Qué leen los que leen?

Ahí lo dejo. Porque a veces —me consta— hasta sería preferible no saber leer. 

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