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Urbanismo

Maravillas perdidas de nuestra Ciudad Maravilla

El caso del Cabaret Montmartre ilustra lo que han sido las últimas y funestas décadas para La Habana.

Miami

Ahora que La Habana ha sido declarada Ciudad Maravilla, y aun cuando esta calificación responda más al gusto y a los manejos del turismo que a juicios sólidos, sería oportuno que las autoridades de la ciudad decidieran rescatar del olvido algunas de las muchas instalaciones que impulsaron su fama a nivel mundial, y que además lo hicieron combinando atinadamente el atractivo turístico con la exposición de los más representativos valores de nuestra cultura popular.

La lista es larga. Como largo sería enumerar las que ya se perdieron para siempre, sin esperanza de salvación. En tanto son pocas las que han sido "rescatadas" en los últimos años por la industria turística, o por la Oficina del Historiador de La Habana, que no es lo mismo pero es igual. Sin embargo, tampoco hubo salvación para esas pocas rescatadas. Bastaría ilustrar con un caso, el del bar Sloppy Joe, que se repite sin una sola excepción en todos los demás.

Reconocido y frecuentado con entusiasmo, desde los años 20 hasta los 60, tanto por el turismo internacional como por la población habanera, el Sloppy Joe reabrió sus puertas hace poco, conservando algunas de las características que le dieron fama, como su barra de caoba negra, que llegó a ser considerada la más larga de América, u otros detalles de la decoración interior. Sin embargo, lo esencial y lo más fácil de rescatar por parte de las autoridades, parece haber quedado fuera de sus planes: la presencia en el bar del habanero corriente.

De auténtico emporio de la energía y la cultura popular habanera, el Sloppy Joe pasó a ser un frío y aburrido coto, exclusivo para turistas extranjeros y para algún que otro conciudadano que pueda pagar sus precios de categoría cinco estrellas.

Con todo, casi tendríamos que mostrarnos agradecidos por el hecho de que esta instalación alinee hoy entre las pocas afortunadas que fueron salvadas del exterminio, ya que, como dice el dicho, mientras haya vida, hay esperanzas.

Peor es la situación de otras, muchas, aunque quizá también bastaría ilustrar con un solo ejemplo, el del Cabaret Montmartre, cuyos lastimosos escombros, en la calle P, esquina a Humboldt, en el Vedado, se gastan la curiosa peculiaridad de recordarnos, de un tirón, tres de los momentos históricos más significativos y definitorios para la vida de los habaneros a lo largo de más de medio siglo.

Desde París hasta La Habana pordiosera de hoy, pasando por la meca del estalinismo en tiempos de los vulgares mega-establecimientos. La simple mención del Montmartre nos fulmina la mente, recreándonos, en primer lugar, una idea de lo que pudo ser el esplendor de las noches habaneras de cabaret, antes de 1959, codo a codo con las mayores luminarias del espectáculo, tanto nacionales como internacionales: Benny Moré, Rita Montaner, Celia Cruz o Edith Piaf, Maurice Chevalier o Ernesto Lecuona o Nat King Cole o Agustín Lara; Olga Guillot o María Félix… Y de seguida, nos remite al restaurante Moscú, el cual, con todo y sus mesas en estricta hilera, su bullicio y su ambiente de comedor obrero, ha pasado a ser parte irremediable de nuestra nostalgia.

Muchos recuerdan todavía al Moscú como el restaurante más grande de la Isla, otorgando al dato una importancia que tal vez no merezca. Hay quienes aseguran que es el único sitio en que han comido caviar. Mientras, otros lo guardan agradecidos en su memoria como una plaza idónea para el intercambio de inquietudes intelectuales o de cualquier otro tipo. Lo cierto es que aquella madrugada de los 80, cuando el Moscú encontró su fin envuelto en llamas, moría por segunda vez allí el símbolo de una época, al tiempo que el lugar pasaba a simbolizar otra época nueva, que aún perdura: la etapa de la devastación, las ruinas, la fealdad y la miseria extrema.

Quien no tenga presente la inutilidad administrativa y la enfermiza desidia de las autoridades, no hallará explicación al abandono que ha sufrido, durante más de 30 años, el antiguo Montmartre/Moscú. Su única utilidad, al margen de la ley, ha sido la de albergue de perdularios: alcohólicos, vagabundos, inmigrantes de provincia sin hogar, desahuciados sociales… La entrada principal fue tapiada por quienes al parecer ignoraron que los pobres huéspedes accedían (y aún acceden) al local por su parte trasera, en la calle Humboldt, desde donde se aprecia la atmósfera de morada fantasma, no apta para inocentes, que ocupa casi una cuadra de largo.

Parte el alma el espectáculo que ofrece el antiguo Cabaret Montmartre, o el antiguo restaurante Moscú, descascarado, sucio, con los rezagos ruinosos de aquella entrada en la cual, para que no le falte sustancia histórica, murió aparatosamente un renombrado sicario de la dictadura de Batista, el coronel Antonio Blanco Rico, acribillado por la metralla de dos pistoleros del Movimiento 26 de Julio. 

¿Logrará salvarse este museo del discurrir histórico de La Habana, aunque sea gracias a su privilegiada ubicación en una nueva Ciudad Maravilla del mundo? Por lo pronto, una cosa sí podría afirmarse, y es que no auguramos la menor posibilidad de salvación histórica para quienes lo condenaron al abandono y al olvido.

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