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Opinión

Cuba Posible: los desafíos de siempre

Un evento en Nueva York con cubanos de la Isla y la diáspora debatió sobre la aspiración al desarrollo de Cuba hasta 2030.

Miami

El pasado 26 de mayo se celebró en la ciudad de Nueva York el evento "Cuba  y los desafíos actuales", convocado por el Laboratorio de Ideas Cuba Posible y auspiciado por la Oficina de Washington para América Latina (WOLA: Washington Office on Latin América) en los predios de la Fundación Sociedad Abierta (Open Society Fundation) y con su financiamiento.

En cuatro paneles formados principalmente por cubanos de la Isla y de la diáspora, se debatió sobre la aspiración al desarrollo hasta 2030, la calidad del cambio social con bienestar, equidad y justicia; cómo ven la Cuba presente personajes de la política global, y por último, si la supuestas transformaciones en Cuba son asuntos de poder, de conocimiento o de actores.

Lo más interesante del evento fue la pluralidad, cuando no los puntos divergentes e incluso contrapuestos de quienes allí participaron. Antes de comenzar, ya la blogosfera insular del régimen —la única abiertamente permitida— denostaba del encuentro. La diversidad y el contrapunto de ideas siempre ha sido una bandera roja para cualquier sistema dictatorial de pensamiento. WOLA, una organización autofinanciada y con un largo expediente de lucha a favor de eliminar el embargo y cooperar en la mejoría de las relaciones entre Cuba y EEUU, era puesta en el mismo rango de "peligrosidad" que Open Society Fundation, la poderosísima fundación liberal creada y dirigida por George Soros. 

Con el lenguaje arrogante que caracteriza a todo pensamiento totalitario, los pelotones de fusilamiento digital cubanos —ajusticiadores en las sombras— vieron en los participantes, auspiciadores y financistas a "agentes de la CIA", "especialistas de la subversión", y "viejos amigos de la FNCA (Fundación Nacional Cubano Americana)". Así, fueron capaces de meter en el mismo saco a Carmelo Mesa-Lago, el economista vivo más importante de Cuba que vive en el exilio; a Rafael Hernández, director de la revista Temas y un defensor del régimen que vive en la Isla; y a Carlos Saladrigas, millonario empresario cubanoamericano que después de haber combatido al régimen frontalmente, ahora impulsa la cooperación con el Gobierno para invertir en la Isla y mejorar la vida de sus compatriotas.

También sufrieron y están sufriendo tiros de gracia digital —nunca un debate abierto, limpio, en igualdad de condiciones—, grupos y personas que viven en la Isla y allí defendieron el levantamiento del embargo y el diálogo. La ejecución del prestigio no tiene límites éticos ni políticos; llega incluso a los tres embajadores participantes, entre los cuales estaba el norteamericano Jeffrey DeLaurentis. Todos fueron acusados de inmiscuirse en los asuntos internos de la Isla cuando, uno por uno y antes de exponer cualquier idea, dijeron estar limitados de hacerlo, precisamente, por su condición diplomática. Todo parece indicar, por las exageraciones, mentiras y paranoias de los informantes presentes en Nueva York que se necesita algo más que medallas y reconocimientos.   

Podemos estar de acuerdo o no con la línea de Cuba Posible, ninguneada por tirios y troyanos con toda clase de epítetos. Pero de lo que difícilmente se puede acusar al grupo que dirigen Roberto Veiga y Lenier González es de inclinarse a un solo lado. Tal vez por idiosincrasia insular ahí está el dilema.

Cuba Posible se ha decantado por una línea que busca el centro, y muchos creen, en la Isla y fuera de ella, que eso es imposible; el centro para ellos es sospechoso, traición y apostasía. Cuba Posible propone una Cuba más allá de ideologías excluyentes; y eso es imposible para algunos porque no hay espacio para ideas que no sean las suyas; para que lo social y lo privado convivan al mismo tiempo; no hay lugar para el Estado controlador y el empresario emprendedor. Cuba Posible propone una Cuba como la que estaba sentada en Nueva York, tan diversa en ideas como en razas, géneros, países donde vivimos. Y eso, para otros es imposible porque para pensar a Cuba hay que vivir "dentro" o como si allí se viviera.

Cuba Posible estuvo en Nueva York, la misma ciudad donde se diseñó la bandera cubana, y donde José Martí vivió la mitad de su vida y escribió casi toda su obra; donde el padre Félix Varela estuvo a punto de ser obispo auxiliar; la urbe que sirvió para recaudar fondos para las guerras de independencia y para la lucha contra la dictadura batistiana. Pero para ciertos individuos, Nueva York es solo la cuna del águila imperial y sus ambiciones hegemónicas; y como tienen el poder de los medios, ahora hasta con guerrilleros digitales, es difícil que un cubano de a pie pueda pensar a Nueva York como otra cosa.

No sabemos el "pasado que les espera" a Cuba Posible. Lo más probable es que implote: hay colocada suficiente dinamita en sus bases para hacerla explotar desde adentro. Solo hay que esperar la orden. Orden detenida, creen algunos, porque alrededor de Cuba Posible hay importantes hombres de negocios, personalidades de izquierda y hombres y fundaciones de una larga tradición humanitaria que pudieran ser útiles ante el caos que se avecina. Los desafíos de Cuba Posible son los mismos de Cuba en todos los tiempos: sobrevivir a los intereses personales, a los necesitados de méritos y de dólares; sobrevivir a una Cuba encarnada en hombres cuyos proyectos están por encima del bien de todos.

El reto de Cuba Posible hoy para evitar el caos y la sangre en Cuba puede ser el mismo que tuvieron el padre Félix Varela y José Martí en el siglo XIX: las divergencias irreconciliables entre los propios cubanos. De tal manera, la lucha de cualquier proyecto de reconciliación no es solo contra el poder despiadado, pero enemigo conocido y frontal. La verdadera batalla, muy difícil, siempre será contra los propios cubanos, ocultos en las sombras y colaboradores de quien esté en el poder; los mismos que dejaron morir de tristeza en San Agustín a quien nos enseñó a pensar e hicieron del apóstol un tiro al blanco en Dos Ríos.   

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