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Sociedad

Javert persigue a 'los miserables' en La Habana

Mientras Chanel realizaba su lujoso desfile en Prado, en Carlos III la Policía requisaba 'mercancías' a 'buzos' y vendedores informales.

La Habana

El martes 3 de mayo fue día agitado en La Habana. Al mediodía, mientras en Prado se ultimaban los preparativos para el desfile de Chanel, camiones de bomberos rodaban por la avenida Carlos III, rumbo a la esquina de Belascoaín, para apagar los almacenes incendiados de la tienda recaudadora de divisas Yumurí.

Al caer la noche, cuando la lujosa firma francesa realizaba su desfile, decenas de vendedores informales huían a la desbandada de la Policía, que llegaba para requisar sus míseras mercancías.

El incendio de Yumurí resultó de pequeñas proporciones, sin que por ello dejara de reunirse en el lugar un nutrido grupo de peritos y oficiales del Ministerio del Interior, olfateando el posible "sabotaje", acompañante de la sospecha de una conspiración. Minutos antes de "la redada de Javert contra los miserables", un carro de bomberos acudía a la esquina de Reina y Campanario, avisado de un posible derrumbe.

Los guardias avanzaron por la acera izquierda de Carlos III (mirando la calle desde el centro comercial que hay en ella). Fueron requisando libros viejos, ropas bien usadas, lavadas a última hora, cables de conexión para equipos electrodomésticos —vaya usted a saber si funcionan—, carcasas de licuadoras, radios antiguos, cámaras fotográficas rusas… Les dicen "buzos" a estos vendedores porque muchas veces hurgan en los latones de basura buscando sus mercancías.

Varios bicitaxistas que pasaban por la senda aledaña a la acera avisaron, solidarios: "Apúrense, que ahí vienen los policías". Los improvisados comerciantes recogieron apresurados lo que pudieron, temerosos de multas o de ir presos.

Felizmente para algunos, los guardias se detuvieron ante un hombre en silla de ruedas, frente al amplio portal donde se ubica la iglesia bautista Aposento Alto. La mujer acompañante increpó a la pareja de uniformados y comenzó una larga disputa que favoreció a los demás vendedores. Uno que abandonaba sus piezas recibió aliento: "Dale, te da tiempo a recogerlo todo, están entretenidos con el inválido".

El final, los agentes tuvieron compasión y dejaron marchar al hombre de la silla de ruedas y a la mujer. No hizo falta más, la acera quedó desierta en pocos minutos; sin embargo, los que estaban ubicados antes de la pareja no tuvieron mucho tiempo de reacción. Dejaron abandonados numerosos artículos ante el imperativo de huir.

Aunque los policías y "los miserables" se retiraron del lugar, quedaron sobre el amplio piso de granito testimonios de la redada. Un hombre se acercó, curioso, sin saber lo sucedido minutos atrás; examinó algunos libros, titubeó al tomar uno en sus manos y miró a su alrededor. "Nada, amigo, lléveselo sin miedo —le dijo un borracho que lo observaba—, lo dejaron ahí porque vino la Policía y los vendedores se fueron corriendo".

"Es que yo le descargo a la literatura y este libro me gusta", se justificó el hombre.

De leerse el libro completamente, descubrirá a Víctor Hugo, quien parece revivir su gran novela Los miserables en La Habana:

"El humano sometido a la necesidad extrema es conducido hasta el límite de sus recursos. Llega un punto en que los desafortunados y los infames son agrupados, fusionados en un único mundo fatídico".

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