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VII Congreso PCC

El Partido-Estado de los Castro

'Ningún partido comunista en el poder es realmente un partido político. Lo es únicamente si está en la oposición en naciones con sistemas democráticos.'

Los Ángeles

La  frase más gráfica para hacer una definición a grandes rasgos del  Partido Comunista de Cuba (PCC), que en los próximos días efectuará su VII Congreso, es la muy célebre del rey Luis XIV de Francia: "L’Etat, c’est moi" ("El Estado soy yo").

Eso es el PCC, un Partido-Estado. En Mesopotamia y en la Grecia clásica hace milenios hubo ciudades-Estado, como Babilonia y Atenas. Hoy las hay en el Vaticano o en Mónaco, pero  lo nuevo es que hay también partidos-Estados. Sin embargo, esto ha sido tan poco estudiado que nadie habla de ello en ninguna parte.

Y es que ningún partido comunista en el poder es realmente un partido político. Lo es únicamente si está en la oposición en naciones con sistemas democráticos.  Se aprovecha entonces del "parlamentarismo idiota", como llamaba Karl Marx al pluralismo partidista, hace política, trabajo electoral, y lleva diputados al Parlamento con todas las de la ley.   

Pero los partidos comunistas no juegan limpio. Si alcanzan el poder —casi siempre por la fuerza y no mediante el sufragio universal—,  lo primero que hacen es suprimir a  todos los partidos políticos, excepto el comunista, e instaurar una autocracia similar a las monarquías absolutas de Europa antes de la Revolución Francesa. Automáticamente dejan de ser un partido político y suplantan al Estado en todas sus funciones. 

Fue Nicolás Maquiavelo, en su obra El Príncipe (1513), quien primero empleó la palabra Estado en su sentido moderno. Fue su primer teórico y lo llamó Stato, derivado del latín status. Hoy el concepto de Estado más aceptado es el de un conjunto de instituciones que poseen la autoridad y potestad para establecer las normas que regulan una sociedad.

Eso es precisamente un partido comunista. Se autoproclama poseedor de la verdad absoluta —que Marx aseguraba no existe—, asume todos los poderes públicos, suprime la propiedad privada, se hace cargo de toda la economía nacional, las fuerzas armadas, los medios de comunicación, la educación, la salud, la cultura, y hasta de la vida privada de los ciudadanos.

Veamos al PCC. Creado por Fidel Castro en 1965 a su imagen y semejanza, es un gigantesco aparato estatal-administrativo-ideológico-paramilitar, de carácter represivo, cuya misión es mantener la "lealtad revolucionaria" del pueblo mediante el control social férreo, la intimidación —velada o explícita contra militantes y no militantes—, el bombardeo constante de propaganda político-ideológica, y la supresión de derechos ciudadanos básicos.

Más lejos que el fascismo

Al prohibir la empresa privada, los partidos comunistas en el poder va más lejos que el fascismo. Los regímenes encabezados por Mussolini, Hitler, Franco y Oliveira Salazar supeditaron la economía nacional a los intereses del igualmente partido-Estado fascista, pero no abolieron el sector privado.

Si algo revela claramente  la condición de aparato estatal de un partido comunista en el poder es que sus militantes no se dan cita en locales regionales, provinciales o nacionales para debatir ideas nuevas y tomar acuerdos como hacen los partidos políticos en el mundo "normal", sino en cada centro laboral.

En Cuba los militantes del PCC se reúnen en cada fábrica, empresa, escuela, comercio, hospital, unidad militar, teatro, obra en construcción, medio de comunicación, etc. Hay un "núcleo del Partido" en cada centro de trabajo, donde reciben instrucciones de meter miedo, controlar y administrarlo todo.

Es como si hubiese comités del Partido Demócrata —ahora en el gobierno—  en cada fábrica y compañía de EEUU, con órdenes de la Casa Blanca de supervisar a cada ejecutivo empresarial  y decirle cómo debe hacer su trabajo. O que el Partido Popular en España hiciese lo mismo en cada centro laboral de ese país.

Por otra parte, el PCC viola el principio leninista del "centralismo democrático", según el cual la minoría debe acatar y cumplir las decisiones tomadas por la mayoría de los militantes. En Cuba,  y en todo país comunista es exactamente al revés, la mayoría tiene que acatar sin chistar lo que deciden el dictador y un selecto grupo de "iluminados". Baste saber que con vistas al VII Congreso del PCC  la máxima dirigencia partidista no se dignó, no ya a consultar, sino ni siquiera a informar a la militancia de base los puntos a tratar y los documentos a examinar en el evento.

Todos los jefes comunistas en el poder son caudillos autócratas, muchos de ellos con tanto poder personal como el que tuvieron Calígula o Iván el Terrible. Recordemos a cinco de los más conspicuos:  Iósif Stalin, Mao Tse Tung, Kim Il Sung, Fidel Castro y Pol Pot. Fueron deidades terrenales que agravaron la inviabilidad sistémica del modelo comunista, pues hicieron correr ríos de sangre e hicieron sufrir trágicamente a sus pueblos.

En el caso de Cuba, los caprichos de Fidel Castro en sus 52 años como jefe del PCC y dictador constituyen un récord mundial de disparates, idioteces y desatinos que hundieron aún más a los cubanos en una profunda pobreza, en un país que tenía un nivel de vida superior a algunos países europeos antes de 1959. Y a eso agreguemos los crímenes y  violaciones de los derechos humanos.

Lo paradójico aquí es que si bien la cúpula partidista castrista es muy poderosa, la masa de militantes de base no lo es. Esta no tiene ni la capacidad ni las vías para cuestionar lo que con fuerza de dogma baja de las instancias superiores para controlar y amenazar a los militantes y que no se salgan del plato. El dictador y su equipo saben que los militantes de a pie ya no creen en cuentos de camino y que les causa risa aquello de que "el futuro pertenece  por entero al  socialismo".  

Quemarían el carnet

Por miedo, que conduce a la hipocresía social (la "doble moral"), los militantes del PCC no lo dicen en sus núcleos, pero la inmensa mayoría de ellos (son en total unos 720.000) ya ni se perciben a sí mismos  como marxistas. Casi todos comentan con sus familias —en privado— la necesidad de reformas profundas de mercado, de liberar de una vez las fuerzas productivas y de captar inversiones extranjeras  en grande.

Pero el Partido-Estado castrista controla todos los estamentos de la sociedad cubana. Los jefes de departamento y de sección en el aparato burocrático del Comité Central son quienes dirigen a los ministros y a todos los directores de organismos centrales. La política exterior no se traza en el Ministerio de Relaciones Exteriores, sino en el Departamento de Relaciones Internacionales del Comité Central. Y así ocurre con todas las ramas del Gobierno.

Si se le pregunta a cualquier ciudadano de a pie el nombre del presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular (equivalente a gobernador), lo más seguro es que no lo sepa. Pero si le preguntan el nombre del primer secretario del PCC en la provincia, o el municipio,  le dirá el nombre completo al instante. Ese es el que manda en el territorio.

No obstante el  férreo control,  lo cierto es que la base del PCC está cada vez más erosionada por la crisis terminal del sistema, y va convirtiéndose en un cascarón hueco que eventualmente podría desaparecer sin dejar rastro. De haber cambios radicales en Cuba, la mayoría abrumadora de los militantes botarían o quemarían sus carnets sin problema alguno.

Pero con los hermanos Castro al frente, el colosal poder militar-represivo y la cúpula partidista-estatal están fundidos institucionalmente. Por eso no cabe esperar del VII Congreso cambios sustanciales para mejorar  la vida de los cubanos.

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