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Guerra

Las andanzas cubanas en África

Es más fácil para los dirigentes cubanos hablar de Angola y de la eliminación del apartheid, que responder por qué intervinieron en Etiopía.

La Habana

Por estos días la propaganda oficialista cubana destaca el 40 aniversario de la Operación Carlota, que marcó el inicio de la intervención militar de la Isla en territorio angolano.

Actúando de manera unilateral, y en franco desdén por las otras dos agrupaciones guerrilleras que combatían al colonialismo portugués —la UNITA de Jonas Savimbi y el FNLA de Holden Roberto—, el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), dirigido por Agostinho Neto, proclamó la independencia del país y ocupó la capital, Luanda, con la ayuda de las tropas cubanas.

La contienda finalizó en 1991, en momentos en que también concluían la mayoría de los conflictos regionales que florecieron en la época de la Guerra Fría. Por esa razón no faltan voces que opinan que los cubanos solo fueron una pieza empleada por el Kremlin en dicha pugna. Además, la presencia cubana en Angola marcó uno de los instantes de más bajo nivel en sus relaciones con China, pues en aquella época los maoístas apoyaban a la UNITA y al FNLA.

Las autoridades cubanas exhiben la gesta de Angola como la vertiente positiva y heroica de la presencia de sus tropas en África. Argumentan que sus combatientes no fueron allí a intervenir en el conflicto interno angolano, sino a defender a esa nación del avance del ejército sudafricano que pretendía imponer su política de apartheid. Insisten en que la intervención tenía sus raíces diez años atrás, cuando el Che Guevara hizo contacto con Neto en el Congo. Después de eso los cubanos habrían marchado a Angola a cumplir un deber histórico con sus ancestros africanos, erradicar el apartheid en Sudáfrica y garantizar la independencia de Namibia.

Sin embargo, en un segundo plano queda, para esa propaganda oficialista, la actuación cubana en el denominado Cuerno de África. Allí se enfrentaban, en la segunda mitad de los años 70, los ejércitos de Somalia y Etiopía. Eran dos naciones tercermundistas, no alineadas y amigas por igual de Cuba en el momento de iniciarse las hostilidades. Incluso, las universidades cubanas albergaban a becarios de los dos países. Entonces, ¿qué acontecimiento posibilitó que los gobernantes cubanos se alinearan junto a Etiopía, al extremo de enviar a cientos de soldados a combatir contra los somalíes?

Ni más ni menos que el ascenso al poder en Etiopía de Mengistu Haile Mariam, un militar que arribó al gobierno con las manos manchadas con la sangre de sus adversarios políticos, y de repente juró su adhesión al marxismo–leninismo.

De inmediato los soviéticos comprendieron que Mengistu era su hombre en la región, y encomendaron a sus aliados cubanos la tarea de apuntalar militarmente a su régimen. El saldo para Cuba de esta intervención no pudo ser más funesto: además de la muerte de jóvenes soldados, sobresale el hecho de haber apoyado a un tirano que asesinó a 200.000 personas y provocó el desplazamiento de 750.000 de sus compatriotas.

Por otra parte, y puesto que el Gobierno etíope combatía también a las guerrillas eritreas que luchaban por la liberación de su patria, era la primera vez que los cubanos se veían en la necesidad de oponerse a las aspiraciones de un movimiento guerrillero de liberación nacional. Ellos, que en América Latina y otras regiones del mundo habían sido siempre los máximos inspiradores de la lucha guerrillera. "¡Cualquier cosa antes que defraudar los sagrados intereses de la hoz y el martillo!", dirían entonces en La Habana.

Evidentemente, es más fácil para los dirigentes cubanos hablar de Angola, de la Operación Carlota, y de la eliminación del apartheid. Y les resulta mucho más difícil responder el porqué intervinieron en Etiopía.  

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