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Opinión

Editorial: Francisco y la dinastía

La visita del Papa a Cuba termina como un gesto de apoyo al régimen.

La Habana
El papa Francisco y Fidel Castro en La Habana.
El papa Francisco y Fidel Castro en La Habana.

El primer discurso del papa Francisco a su llegada a La Habana fue, utilizando una frase de José Martí, a favor del diálogo y del encuentro, y en contra de las dinastías y los grupos. Sin embargo, a pesar de esa voluntad manifiesta, el Papa prefirió no encontrarse ni dialogar con opositores al régimen. Su visita y reunión con Fidel Castro y familia han sido un gesto de apoyo a la dinastía que manda en Cuba desde hace más de medio siglo.

Desprovisto de cargos públicos y recluido en su mansión, Fidel Castro es únicamente la fuente de legitimación de una dinastía. A esa fuente fue el papa Francisco en servicio. En su homilía de la Basílica Menor del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre relacionó la labor evangelizadora de la Iglesia con esa revolución devenida en dictadura, para intentar aplacarla. "Nuestra revolución pasa por la ternura", dijo.

Auxiliado por un cardenal que negara la existencia de presos políticos en el país, el Papa no encontró ni un minuto para los opositores y no tuvo mención para las violaciones de derechos humanos. Desde antes de su arribo a Cuba, su visita fue saludada con detenciones por parte de la Seguridad del Estado y él no tuvo palabra en contra de ello. Y cuando la Nunciatura Apostólica terminó por invitar a algunos opositores para recibir a Su Santidad y cada uno de esos invitados fue detenido por esbirros, tampoco esas intromisiones del régimen despertaron protesta o denuncia del Papa.

Hablamos, por supuesto, de palabra pública, que es la que importa en estos casos. Pues del mismo modo que el Papa ha intercedido entre los gobiernos de Cuba y EEUU para el restablecimiento de relaciones, cae sobre él la responsabilidad de interceder por el pueblo y la grey cubana ante los desmanes del Estado. Pero Francisco ha callado ante las violaciones y ha permitido que su visita a Cuba sirva de pretexto para más violaciones todavía.

Si es cautela política lo que lo decidió a hacer silencio, si calló en vista de lo que puede conseguirse en las relaciones entre Cuba y EEUU o si calló para conseguir más espacio público para la Iglesia Católica en Cuba, puede suponerse entonces cuánta indignidad podrá justificarse con esas nuevas relaciones y puede también conjeturarse el papel que esa iglesia tendrá en cuanto espacio en la educación o los medios le permitan: el servicio, no a los cubanos, sino a los amos del país, a la dinastía de los Castro.

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