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Opinión

'Cuba: The Forgotten Revolution': fascinante castrismo

El documental recién estrenado procura hacernos gozar el proceso ascendente de una tiranía que arranca de una revolución popular.

Hollywood

¿Padece usted de insomnio? Entonces es probable que pase las horas de la noche frente al televisor, mirando los infomerciales de la compañía StarVista, esos programas para el desvelado sentimental, para los encangrejados en el cancionero del ayer.

Así he ido adquiriendo demasiados CDs de basura nostálgica, con títulos como Pop Goes the 70s, The Ultimate Rock Ballads, y The Soul of the 60s, que reúne los éxitos de los Isley Brothers, Marvin Gaye y el trío de Martha y las Vandellas. En cinco fáciles pagos de $25.99 me hice de dos compilaciones de himnos de discoteca y de una cajita con los grandes éxitos de Motown.

¡Qué bueno es volver a escuchar, en la modorra inducida por el Valium, las notas de "Crocodile Rock", de Elton John! Pero mucho mejor es ver a Elton John, con plataformas, gafas de lentejuelas y pantalones corte campana, en un concierto archivado durante cuatro décadas en las catacumbas de Time Life. ¡Ah, qué tiempos aquellos! Ahí está Minnie Riperton, frente a las cámaras de un estudio de televisión decorado con coquitos hawaianos, antes de que el cáncer se la llevara tan pronto. Pero solo por unos segundos, porque enseguida los productores pasan a Linda Ronstadt en "You’re so good, baby you’re so good".

¿Y nunca se ha puesto a pensar si no existirá un tráiler en Hialeah, un motel de Hoboken, un sofacama en los remates de Rancho Cucamonga donde, a la misma hora, otro desvelado como usted, pero mucho más fundido que usted, añore ver el infomercial de la Revolución Cubana? ¿Los años gloriosos en que Ed Sullivan recibía a Fidel y lo comparaba con George Washington? ¿No desearía ver a Errol Flynn delante de un mapa de Cuba, luciendo una playera con el logo del 26 de Julio?

En ese caso, lo que usted busca es Cuba: la Revolución olvidada, una producción de Glenn Gebhard, Steve Krahnke y Mario Congreve, escrita por Tim Guest y Susanne Schwibs, de la Universidad de Indiana, dirigida por Gebhard, de Loyola Marymount, y narrada por Rita Moreno, con el generoso patrocinio de la Fundación Caritativa de Allen Whitehall Clowes.

¡Pop Goes El Comandante!

Los productores del documental, transmitido hace poco por las estaciones afiliadas a la American Public Television, dedicaron encomiables esfuerzos al rastreo de cuanto archivo guarda un pedacito de fantasía castrista. Gebhard y Schwibs son unos consumados nostálgicos, y en su infomercial no hay nada que no sea Revolución pura: ¡The Soul of 59! No importa si para lograrlo hayan tenido que editar todo lo acontecido en las últimas cinco décadas, cinco rollos de horror y misterio. El castrismo antidemocrático no empaña la imagen del fidelismo romántico.

Aquí Castro no canta ni come fruta, pero los realizadores no están interesados en música cubana, sino en los cantos de sirenas revolucionarias. Desde lo profundo del tiempo, el castrismo triunfante envía sus himnos invasores, el ruido de sus grabaciones de baja fidelidad, su glorioso blanco y negro. ¡Cómo les arrebata la voz de Manzanita pronunciando un discurso en las vetustas escalinatas universitarias! Frank País, en la epopeya del productor Mario Congreve, es una especie de Pat Boone, mitad evangelista y mitad corifeo. La nueva historiografía considera a Frank País otra víctima de las intrigas fidelistas, pero los escritores de La Revolución olvidada no se se han percatado del persistente rumor, que circula desde hace décadas, de que fue Vilma Espín quien delató al bello pistolero.

La reverencia con que es tratado el asalto al cuartel Moncada deja chiquito al antiguo Departamento de Orientación Revolucionaria; ni el mismísimo Fidel Castro hubiera podido contarlo mejor. Julia Schweig, cubanóloga reincidente, sobre cuya persona pesa la acusación de colaboracionismo, comenta, en cámara: "¡Qué jóvenes que eran los asaltantes!". Nada dice la Schweig acerca del hecho de que esos jóvenes inocentes fueron llevados a Santiago de Cuba bajo el falso pretexto de una práctica de tiro, y que se enteraron de que iban a asaltar un cuartel y perder sus preciosas vidas solo unas horas antes del ataque. El profesor Paul Dosal, de la University of South Florida, con una sonrisa en los labios, repite que el fracaso fue, en realidad... ¡un triunfo! ¿Un triunfo de qué? ¿De quién? Un Triunfo de la Voluntad para estos soñadores fidelistas.

Ni una sola mención a Gustavo Arcos Bergnes, encerrado bajo llave en un clóset por haberse negado a participar en la masacre, nada de su larga e injusta condena, o su posterior liderazgo del movimiento por los Derechos Humanos en Cuba. Si Krahnke & Gebhard hubieran hecho el CD Baladas de los 70 para StarVista con el mismo celo con que tratan el problema de Cuba, seguramente hubieran editado el cáncer de Minnie Riperton y jamás nos hubiéramos enterado de que Elton era gay.

Sin embargo, Batista regresa a la pantalla en el papel de chivo expiatorio: es el nombre más llevado y traído en todo en documental. Para Lucy Echeverría, la hermana del difunto José Antonio, Fulgencio sigue vivo, y todavía es el dictador de Cuba. Mario Congreve, paparazzo del castrismo, se aprovecha de la amnesia de estos vejestorios, los sigue hasta sus buhardillas del Plan Ocho, hasta sus asilos geriátricos, los persigue con cámaras y micrófonos hasta el borde de la tumba. ¿Habrá que llevar a Lucy a la cripta del cementerio de San Isidro, en Madrid, y exhumar al muerto, para convencerla de que, efectivamente, después del batistato, vino la tiranía soñada por su hermano?

Hasta las víctimas de esa dictadura omitida vienen a corroborar la narrativa del Indiana Public Media. El siempre complaciente Jorge Valls —la plañidera oficial de Carlos Prío, la viuda de Marquitos— después de pasar 20 años y 40 días (¡el batistato duró un lustro!) en las mazmorras cubanas, se da golpes de pecho, y protesta con la voz quebrada por el llanto: "¡No me arrepiento de ella!"

"Ella", por supuesto, no es otra que la famosa travesti conocida como Lady Revoluchon, también llamada aquí "La Olvidada". Gebhard quiere hacernos creer que cuando dice "olvido" habla de los mártires que no fueron suficientemente reconocidos, o tomados en cuenta por la historia oficialista, a sabiendas de que no hace más que llevar leña al fuego de la tergiversación. Krahnke & Schwibs pertenecen a la escuela de aquellos académicos que han preferido estudiar la lucha de la Sierra versus la lucha urbana. Pero lo que se pretende realmente es que las nuevas generaciones vuelvan a sentir el mismo furor y el mismo cosquilleo por el mito castrista que ellos sintieron en la adolescencia.

Quienes aspiran a mantener vivos esos bellos fantasmas han encontrado por fin el perfecto subterfugio: la falsa creencia en una historia implícita, un subplot oblicuamente situado dentro de la Revolución y su narrativa. Miami, adonde fueron a parar los depurados, no entra en los cálculos de ese olvido selectivo. Van a entrevistar a Carlos Franqui —que hace cinco años pasó ante la presencia de Belcebú— pero no se atreven a incluir a Luis Posada Carriles, que también luchó en la clandestinidad, o a Orlando Bosch, que fue director del Movimiento 26 de Julio en Las Villas. Más que una revolución olvidada se trata de una historieta editada.

Hoy sabemos que no hubo diferencias capitales entre Ernesto Guevara y Posada Carriles. El periodista Carlos Alberto Montaner ha observado, correctamente, que "Posada Carriles y Ernesto Guevara nacieron en 1928 en ambientes parecidos. Ambos pertenecían a la clase media alta. . . Fidel Castro uniría a estos dos personajes en vidas paralelas. Tras el golpe militar de Batista (1952), Castro se convirtió en la figura más importante de la oposición armada cuando creó el Movimiento 26 de Julio para derrocar al dictador y alcanzar el poder. En esa organización figuraron el Che y Posada. El argentino, en la Sierra Maestra; el cubano, en la lucha clandestina".

Che y Posada. Paralelismo de la lucha en la Sierra y la lucha en la calle. Pero, ¿no era esa la premisa de Cuba: la Revolución olvidada?

¡Pop Goes Batista!

En su empeño por restaurar lo bello del castrismo y presentar a Batista como "lo antiestético an sich", los productores de Cuba: la Revolución olvidada consiguen algo mucho más peligroso: actualizar la idea del fascismo; hacernos gozar el proceso ascendente de una tiranía que arranca de una revolución popular; asomarnos a una dictadura en su etapa demagógica y fotogénica; presenciar —en vivo— la espectacular transfiguración de lo político en lo estético que deploró Walter Benjamin.

¿Cómo no entender, y quizás disculpar, la devoción de estos muchachos graduados de universidades americanas, ahora devotos colaboracionistas, para quienes la Revolución fue solo un asunto de imágenes y gestos? ¿Acaso no habla muy alto del gusto de estos sociólogos que languidecen en sus negros cubículos, en apartados colegios del Medio Oeste, o en los departamentos de Historia de cómodas instituciones académicas, el cuidado que han puesto en desempolvar archivos? ¿Acaso no son estos trozos rescatados del fuego la confirmación de que cualquier fantasía política puede ser expresada en las claves de agitprop nacionalsocialista?

La belleza olímpica de Fidel, o de Elián, la perfección del rostro de Abel y de Frank País, son, artísticamente, la negación de los argumentos de las víctimas, esos feos gusanos de Miami, la refutación de que alguna vez existió, o que existe, una dictadura que no sea la batistiana. Así, el triunfo castrista termina confundiéndose con el Triunfo de la Voluntad: el documental de Glenn Gebhard saca a relucir la afinidad esencial de las construcciones propagandísticas de derechas e izquierdas.

De Julia Schweig sabemos que celebró la entrada de Elián González en la Unión de Jóvenes Comunistas pero, ¿quién iba a decirnos que la narrativa antibatistiana encontraría eco en la campaña presidencial de Ted Cruz y Marco Rubio? ¡Pop Goes Batista! Los extremos se tocan. Ahora Fulgencio es también el perseguidor de las familias de dos "redomados reaccionarios": Cruz y Rubio entran del brazo de Manzanita, Frank País y Jorge Valls en la comparsa electoral del 2016.


Este artículo apareció en N.D.D.V. Se reproduce con autorización del autor.

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