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Exilio

El último de los plomeros

El único miembro vivo del comando detenido en Watergate, en 1972, cuenta su última infiltración en Cuba gracias al coronel Antonio de la Guardia.

Miami

"Musculito", así me pide Rolando Eugenio Martínez que le llame, que me deje de formalidades y le diga como todo el mundo lo conoce, porque a sus 93 años no va a estar presumiendo de nombres y apellidos.

Musculito me invita a sentarme a su mesa en el restaurante Versailles; digo su mesa porque en esa congestionada tarde de domingo se la otorgaron especialmente a él.

Estábamos resignados a esperar al menos 20 minutos, según los cálculos de la mujer de la entrada, cuando los camareros le descubrieron. Una joven y un hombrón abandonaron sus faenas de platos y cubiertos para pasarlo por delante de todos los que aguardaban. "A usted no se le demora en este lugar", le decían entre muestras de afecto, "usted es de la casa".

Musculito saluda a todos los que se le acercan y conversa con ellos de temas tan variados como sus cinco años de viudez, sus ejercicios diarios y la situación política cubana.

Le digo que su popularidad es evidente y sonríe: "Son amables con un anciano, pero mi popularidad es negativa, siempre me recordarán por el peor de mis trabajos, toda mi trayectoria desaparece cuando se habla de Watergate".

Musculito es el único miembro vivo del comando detenido en el cuartel general demócrata aquel lejano 17 de junio de 1972. Es el último de aquellos "plomeros" que marcaron un parteaguas en la historia de los Estados Unidos.

"Llegué a este país para tumbar a Fidel Castro y terminé tumbando al presidente Richard Nixon", me dice entre jocoso y avergonzado. "Entré a esa operación con los ojos vendados, pensaba que trabajaba para el presidente y terminé siendo un vulgar ladrón."

Lamenta el resultado que la operación tuvo para Nixon. "Lo admiraba como presidente, si lees sus planes para Cuba te asombrarás que coinciden plenamente con los que ahora tiene Obama, fue una pena que no tuviera tiempo para poderlos realizar."

Musculito cumplió 15 meses de cárcel y se mantuvo en vilo, pendiente de los destinos de su acusación hasta que Ronald Reagan le otorgó el perdón presidencial, teniendo en cuenta su pasado al servicio del país. "La CIA me identifica como un agente de distinguida trayectoria, con más de 300 infiltraciones en Cuba y cientos de misiones riesgosas, pero no me enorgullezco de esto, para mí fue como pelear entre hermanos y además, mira el resultado."

En la cárcel nunca tuvo problemas. "Con todo el ruido que hacía la prensa los demás reclusos nos miraban con temor y respeto. Llegamos a compartir la prisión con asesores presidenciales, miembros del ejecutivo de la Casa Blanca y del comité de reelección de Nixon. Éramos el team VIP, pero sin dinero, solo en título, porque de los miles de dólares cobrados por Howard Hunt nosotros no vimos un centavo."

Al salir de la cárcel se radicó en Miami y sus antiguos colegas de la CIA le advirtieron que estuviera alerta, que se había convertido en un blanco evidente para la inteligencia cubana.

"Y tal como me dijeron sucedió, de repente estaba hablando con altos oficiales de la Seguridad cubana que me invitaban a reunirnos en un tercer país, Jamaica preferiblemente."

La historia que me cuenta Musculito parece sacada de una novela de espionaje: uno de los "plomeros" de Watergate visitando Cuba de forma clandestina y gracias a los servicios del coronel Antonio de la Guardia, quien años después resultaría uno de los militares fusilados por Fidel en la causa contra el general Arnaldo Ochoa.

"Tony era un tipo muy nervioso, intranquilo, pero mucho más eficiente y profesional que el primer militar que me mandaron a Jamaica y que por poco lo echa a perder todo", recuerda.

Musculito viajó a México para su primer encuentro con el coronel De la Guardia. "Los tipos se prepararon bien, sabían casi todo de mi vida y jugaban a ser solidarios con mi situación. Como prueba de buena fe, en solo tres días me pusieron a mi suegro en los Estados Unidos. Entonces accedí a visitar Cuba."

Lo sacaron en un bote de desembarco desde Ocho Ríos en Jamaica, luego lo trasbordaron al yate Pájaro Azul y no pararon hasta Santiago de Cuba. "Le ronca el mango que mi última infiltración en Cuba haya sido junto a oficiales del castrismo y a bordo del yate de Fidel."

Lo trabajaron durante varios días, pudo ir a su natal Artemisa, aterrizar en Baracoa (el poblado del oeste de La Habana donde alguna vez tuvo un hotel con nombre pretencioso), reunirse con el general Abrantes y escuchar por boca del coronel José Padrón los detalles de la muerte de Raúl Díaz Argüelles, "un amigo de los viejos tiempos que voló con una mina en la guerra de Angola".

"Cuando me devolvieron estaban seguros de tener un nuevo agente para el castrismo, pero nunca más supieron de mí."

Durante años Musculito estuvo preocupado porque se filtraran detalles de esta operación. "Imagínate cómo quedaría yo si me acusaban de doble agente, un infiltrado cubano en Watergate. Por suerte apareció en el exilio un escritor con un libro que revelaba parte de la historia."

Se refiere al libro Dulces guerreros cubanos de Norberto Fuentes, publicado en 1999.

"El escritor pretendía perjudicarme, pero nunca sospechó que mis contactos con oficiales cubanos y mi infiltración en Cuba habían sido operaciones autorizadas y supervisadas por los órganos de inteligencia norteamericana, así que quedó muy mal parado."

El libro muestra supuestas fotos de la operación y menciona a algunos de los encargados. "Esa información puede que sea cierta porque creo que la sacó de una carta de Patricio de la Guardia a su sobrino, pero le salió el tiro por la culata y el escritor, sin saberlo, terminó haciéndome un favor."

Musculito consultó con sus antiguos jefes a quienes identifica como "los amigos", y estos le recomendaron que diera una conferencia de prensa y contara todo. Dos de los "amigos" le acompañaron ante los micrófonos para dar respaldo y oficialidad a su versión. Dice Musculito que fue como quitarse un enorme peso de sus espaldas.

"En este percance terminé discutiendo con Juan Manuel Cao, porque le escuche hablando de dobles agentes y cosas así. Hoy lamento la salida que tuve con él, es un periodista que admiro y que sigo. Aquella vez lo saqué de la conferencia, sé que no estuve bien."

Hace poco y por boca de una persona confiable, Musculito recibió un inesperado mensaje. "Patricio de la Guardia me mandaba saludos desde La Habana, parece que ya salió definitivamente de la cárcel y quiso desmarcarse de la jugarreta en mi contra. Quedé asombrado."

Le pregunto si alguien con su historial no vive con miedo y se burla con la sonrisa cansada que lo caracteriza. "Con los años el miedo cede terreno a la resignación. No vivo con miedo pero no me regalo."

A petición mía me muestra su arma. Lo hace de la forma más absurda posible, como si se tratara de un hierro caliente que no quiere tocar. "No me gustan las poses de guapo", me dice. "Antes, cuando atacaba, usaba una enorme pistola automática; ahora que me toca defenderme prefiero un pequeño revolver; pero solo por costumbre, no creo que lo vaya a utilizar".

Los camareros que se han percatado de la entrevista me piden retratarse con él. Mientras los enfoco le hago la última pregunta: ¿habrá algo que preocupe a Musculito? Lo piensa un poco antes de contestarme. "La muerte", me dice, "me preocupa cerrar los ojos fuera de Cuba". Y sonríe para la cámara, entre los jóvenes que lo malcrían y consienten.

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