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Opinión

El trasfondo mezquino de las críticas a Tania Bruguera

La Bienal de La Habana, a celebrarse este año, concita una serie de intereses que han respondido a la amenaza de una acción plástica en la Plaza de la Revolución.

Nueva Jersey

A raíz de la virulenta reacción de las principales instituciones culturales cubanas contra la propuesta de Tania Bruguera de rehacer una performance en la Plaza de la Revolución el día 30 de diciembre, y las acusaciones de oportunismo dirigidas a ella por un reconocido artista cubano, algunos curadores y críticos internacionales han contestado convincentemente los numerosos entuertos teóricos que aquellos han tratado de esgrimir para justificar un burdo y violento acto de censura.

Por ejemplo, el español Fernando Castro Flórez arremetió en Facebook contra "la indecencia" del director de la Bienal de La Habana, Jorge Fernández, por declarar que Bruguera "no puede hacer en Cuba su performance porque tampoco lo podría hacer en otro país." Asimismo, equiparó la labor de Rubén del Valle, presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNPA), de policía cultural porque según este la performance debería quedar inscrita en el sistema del arte sin alcanzar el terreno de la política, pues "la única acción política que se puede emprender es la de obedecer al sistema, permanecer dentro del marco institucional y no tratar de tener ninguna incidencia en el ámbito de la praxis".

Por su parte, el artista y educador Pablo Helguera contestó a un texto mordaz del artista Lázaro Saavedra en el que descalificaba la performance de Bruguera como dirigido solamente a anotar un gol para su curriculum. En su carta, Helguera se refería sobre todo a los aspectos teóricos fundamentales que sustentan la práctica del arte de la performance y el cruce entre arte y política hoy en día, que Saavedra desvirtuaba en su texto, así como a la cuestión de la libertad de expresión con relación al arte político.

Sin embargo, hay otra dimensión más mundana, que probablemente nos toca deslindar a los que conocemos un poco mejor lo que sucede en la Isla y que puede escapar al lector no familiarizado. Se trata de lo que eufemísticamente Saavedra llama el deseo del artista "de vivir de su arte". En realidad, eso debe leerse como el deseo del artista cubano de permanecer como un ciudadano privilegiado, que vive de espaldas a la sociedad que le rodea donde ni profesionales ni obreros pueden vivir de su trabajo. (Me consta que Saavedra ha criticado esa casta, pero incomprensiblemente para muchos que le conocemos, en su texto se convierte en portavoz de ella.)

Me explico. Desde la despenalización del dólar en 1993, los artistas cubanos han tenido el privilegio de vender sus obras en dólares en el mercado internacional, algo que está vedado a otras profesiones que no pueden ni exportar sus productos ni ofrecer sus servicios. En términos económicos eso significa que los artistas son los únicos empresarios privados que tienen acceso al mercado internacional. En menor medida este es el caso de los deportistas y profesionales vinculados al deporte (entrenadores, periodistas).

Cualquier otra profesión u oficio se encuentra con el muro que ha construido el Gobierno dentro de Cuba con la excusa de la llamada "fuga de cerebros". El agricultor no puede porque no tiene licencia para exportar. Los ingenieros y programadores no pueden porque sencillamente no tienen internet. Los obreros de las fábricas, ni hablar. El ejemplo más dramático es el caso de los doctores y personal paramédico que son enviados al extranjero a tratar enfermos en zonas inhóspitas, literalmente por un puñado de dólares.

De manera que el artista establecido goza de un privilegio que lo convierte en un ciudadano de facto parte de una elite, o con la potencialidad de serlo. Salvo algunos pocos jóvenes que han salido de la burbuja, ese artista vive desconectado de la realidad del cubano de a pie. Por eso muchos han logrado establecer verdaderas empresas de modelo chino. Producen las obras con mano de obra barata en la Isla y venden a precios de mercado de arte inflado en el exterior. Esto les ha permitido comprarse lujosas viviendas en Cuba y en el extranjero.

Esta situación de privilegio no es algo que ellos consideran injusta con respecto al resto de la población, sino que muchos creen merecer. Debido a ello, cuando el artista oficial Kcho, un apadrinado por Fidel Castro, propuso hace unos años en la Asamblea Nacional del Poder Popular, de la cual es miembro, que los artistas debían pagar impuestos por lo que cobraban de sus ventas, se dio el único caso de protesta masiva por parte de los mismos. Kcho fue vilipendiado, pero al menos estaba siendo coherente: si el Gobierno obliga a pagar impuestos a los taxistas y dueños de paladares, ¿por qué no a los artistas que ganan mucho más? ¿Qué los hace sentirse superiores al punto de no tener que aportar al presupuesto del Estado? ¿Acaso no se formaron ellos en las escuelas del Gobierno?

Volviendo a la performance de Tania Bruguera, debemos tener en cuenta este trasfondo para entender (no justificar) la reacción de las instituciones o la inacción de los artistas cubanos. El meollo de esta cuestión es que el evento se da en un momento de luna de miel entre los Estados Unidos y Cuba. Y se da, además, en un año en que se celebra la Bienal de La Habana. Por ello, al liberar a Bruguera, los oficiales de la Seguridad del Estado le pusieron como condición que no regresara a Cuba, pero si lo hacía (pues ella es ciudadana cubana), no podía hacer nada durante la Bienal.

Desde 1994, un año después de la despenalización del dólar, la Bienal dejó de ser una bienal en el sentido en que se entiende ese concepto como un evento especial de arte internacional que busca actualizar el debate sobre diferentes cuestiones estético-artísticas, socio-políticas y económicas desde el arte, para convertirse de facto en una feria de arte. En esos años (los 90), la Administración Clinton había flexibilizado el embargo y estimulado los viajes culturales y cada vez que se realizaba la Bienal cientos y hasta miles de coleccionistas privados e institucionales europeos y norteamericanos llegaban a La Habana. La ciudad ya se había convertido de por sí en la última plaza del turismo político de la Guerra Fría, pero esto añadía un atractivo cultural.

Sin embargo, los visitantes extranjeros no estaban demasiado interesados en ver la exposición de la Bienal, donde se repetían los nombres de cualquier otra bienal internacional, sino en visitar los talleres de los artistas cubanos. Allí podían comprar obras directamente al artista sin la onerosa intermediación de las galerías. Fui testigo de este proceso mientras trabajé en la Fundación Ludwig de Cuba, que a pesar de la resistencia que ofrecimos algunos se convirtió en una institución dedicada casi exclusivamente a recibir dichos grupos y organizar las visitas.

Los artistas oficiales abrieron talleres-galerías en la zona turística de La Habana Vieja, gracias a sus conexiones en el ámbito capitalino, en particular la Oficina del Historiador de la Ciudad. Los más jóvenes tuvieron que recurrir a sus propias casas para mostrar su obras nuevas. Incluso los estudiantes de las escuelas procuraban espacios alternativos para montar sus estudios de clase. La febrilidad con que los artistas trabajaban para tener sus talleres llenos de objetos vendibles es solo comparable con la de las ferias que ahora tienen por sede a Miami Beach. No obstante, se daban casos aislados de proyectos interesantes en espacios domésticos convertidos en galerías, incluyendo la propia Tania Bruguera, quien realizó performances consideradas muy críticas del Gobierno, que podrían ser censurados por la institución.

Pues bien, este año es año de la Feria-Bienal de la Habana, con el aliciente de que se espera desde ya que los visitantes se multipliquen exponencialmente gracias a la normalización de las relaciones diplomáticas anunciadas por los dos gobiernos. Los medios de prensa económicos como The Wall Street Journal o Bloomberg han anunciado un boom de arte cubano; todo el mundo saliva. Y como la próxima "Bienal" será seguramente en tres años (desde 1994 no se hace cada dos años, sino cada tres), es ahora o nunca que esta promesa de capitalización debe realizarse. En tres años no se sabe si la torpeza de los Castros habrá terminado del todo el acercamiento de Obama, o si habrá un presidente republicano en la Casa Blanca, que congele nuevamente las relaciones.

La performance de Tania Bruguera es el aguafiestas. Es el recordatorio de que aunque esa elite artística vive bien y vivirá mejor, el resto de la población no ha mejorado ni mejorará nada. De hecho, afirma Bruguera, probablemente empeorará su situación, pues el pacto Obama-Castro apunta hacia la liberalización de la economía sin las protecciones laborales y sociales que una sociedad democrática puede, al menos en teoría, ofrecer. Por eso el susurro de Tatlin es la bulla de Tania, al decir de sus críticos, porque pone en vilo la fiesta que se avecina.

Este es, en el fondo, el verdadero sentido de la reacción de las instituciones culturales cubanas y los artistas a la performance de Bruguera. En uno de los reportes se decía que solamente Sandra Ceballos, otra aguafiestas desde su Espacio Aglutinador, y Reynier "El Chino" Novo, habían asistido a la performance en la Plaza. Algo me dice que los demás estaban ocupadísimos haciendo sus cuadros y esculturas de arte "puro" para la feria de abril, que los organizadores persisten en llamar Bienal. En respuesta, algunos curadores y artistas estás solicitando la remoción de Rubén del Valle y Jorge Fernández, quienes avalaron la censura y detención de Bruguera, así como la liberación del artista contestatario conocido como El Sexto, quien fue apresado el 24 de diciembre cuando se disponía a realizar una performance con dos cerdos llamados Fidel y Raúl.

Las críticas virulentas de estos funcionarios y de Saavedra reflejan el comentario de pasillo que muchos artistas y promotores tienen ahora en Cuba. De hecho, muchos verán a estas personas como los valientes actores que se atrevieron a decir públicamente lo que otros piensan y callan. Pero el verdadero motivo de ese comentario es tan sucio y mezquino como el montón de dinero que busca proteger.

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