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El país que desapareció

Una calzada con muletas

San Lázaro, con muletas, dejando que le caigan los años encima, espera un milagro que tarda demasiado en llegar.

La Habana

Fue uno de los tres viejos caminos que, partiendo de la Puerta de la Punta, continuaba a lo largo del litoral hasta la Caleta de Juan Guillén, que después se denominó de San Lázaro, la cual rodeaba, para seguir por la playa hasta los riscos de Oliver —donde después se construiría el Hotel Nacional—, llegaba a la llamada Punta Brava y seguía la línea de la costa hasta el Monte Vedado, alcanzando el caserío de Pueblo Viejo, donde se asentó la primitiva población de La Habana, al trasladarse desde la costa sur a la desembocadura del río Casiguaguas o de la Chorrera.

En su trayecto se construyeron los puentes de San Lázaro y de las Ánimas en la Caleta de Juan Guillén, sobre una corriente de la Zanja Real. A este camino primitivo se le llamó de El Arcabuco y, con el correr de los años, se convirtió en la Calzada de San Lázaro, así llamada por el hospital de ese nombre al que conducía, que se encontraba donde hoy está el Parque Maceo, siendo años después prolongada hasta la Universidad.

En la Colonia se le denominó Ancha del Norte y en la República, Avenida de la República, pero la población la conoce como la Calzada de San Lázaro y muchos, simplemente, como la calle San Lázaro. Su importancia inicial disminuyó con la construcción del Malecón. Comienza en el Paseo del Prado y termina frente a la escalinata de la Universidad de La Habana.

El tramo comprendido entre Prado y Galiano, se caracteriza por la gran cantidad de edificaciones de dos pisos, que en su tiempo de esplendor fueron cómodas y acogedoras viviendas, y hoy se encuentran en avanzado estado de deterioro, muchas de ellas simples cascarones en proceso de derrumbe y otras con sus balcones pendientes de desplome, con el eminente peligro que representan para los transeúntes.

El tramo entre Galiano y Belascoaín se encuentra en mejor estado que el anterior, aunque mostrando el paso del tiempo sin mantenimientos ni reparaciones serias. A partir de Belascoaín, a un lado, el majestuoso monumento al General Antonio Maceo en el parque que lleva su nombre, antes abierto y con un anfiteatro, y hoy cercado (según se dice para evitar accidentes de tránsito peatonales), dentro de cuyo perímetro se encuentra el antiguo Torreón de San Lázaro, utilizado en la colonia como punto de observación para detectar el acercamiento de naves piratas y alertar a la población, mediante un disparo.

Enfrente, el Hospital Hermanos Ameijeiras, en el edificio que fuera construido originalmente para la sede del Banco Nacional de Cuba en los terrenos que antes ocuparan la Casa de Beneficiencia y el Asilo de Mendigos San José. A continuación, en el número 805, el hermoso edificio del antiguo colegio La Inmaculada, construido en 1874, donde radica la Casa Central de las Hijas de la Caridad  y, al llegar a la calle Marina, un garaje, más edificios y casas de vivienda.

En la otra acera, el famoso comercio de víveres El 1005, hoy tienda recaudadora de divisas. En el número 1054, el antiguo cine Florencia, después llamado Pionero, hoy en ruinas. Y en la calle Hospital, el bar El Lazo de Oro, que era famoso por sus chayotes rellenos y la ensalada de pollo y, ya en Infanta, donde existían diversos expendios de ostiones, el frío Parque de los Mártires, diseñado con grandes bloques de hormigón que emergen agresivamente de la tierra, construido en los terrenos donde antes levantaba sus carpas el circo Santos y Artigas para sus funciones de fin de año.

Queda enfrente el local de las Lámparas Quesada, hoy convertido en la librería Alma Mater, donde a veces se refugiaba el Caballero de París. En esta zona, hacia la derecha de la actual calzada, en tiempos de la Colonia se encontraban las tristemente célebres canteras de San Lázaro, alturas rocosas donde eran enviados los presos a trabajar, lugar al cual fue enviado también José Martí siendo un adolescente, del cual dejó testimonio en su obra El presidio político en Cuba

Cruzando Infanta, estaban los antiguos bodegones en sus dos esquinas (hoy comercios de baja calidad), las múltiples casas de huéspedes donde se alojaban los estudiantes universitarios que venían de provincias a realizar sus estudios en el alto centro docente y, al final, el pequeño parque dedicado a Julio Antonio Mella, con su cabeza en bronce que un día fuera mancillada con chapapote, echándosele la culpa al Gobierno, lo que motivó una masiva manifestación estudiantil de repudio, que terminó con la muerte de un estudiante.

Con el tiempo se demostró que en realidad todo había sido una provocación con fines políticos, ordenada por alguien interesado en exacerbar los dormidos ánimos estudiantiles.

Termina la calzada frente a la escalinata de ochenta y ocho pasos de la Universidad de La Habana, lugar al cual se trasladó en 1902, ocupando la Pirotecnia Militar situada en una zona de la llamada Loma de Aróstegui.  Entre los años 1906 y 1940 fue ampliándose el centro de altos estudios con la incorporación de nuevas escuelas y facultades. La escultura que representa el Alma Mater, realizada por el escultor Mario Kolber en 1919, fue instalada un año más tarde delante del rectorado y, al construirse la escalinata, trasladada al sitio actual  en 1927. Dentro, el recinto posee valiosas pinturas murales de los artistas Domingo Ravenet y Armando Menocal.

San Lázaro nunca fue una calle eminentemente comercial. Más bien era una tranquila calle de residencias de dos pisos cercanas al mar, donde se respiraba un aire fresco con olor a salitre. En su tramo hasta la calle Belascoaín, llamaba la atención su quietud y daba la sensación de que quienes vivían en ella, hacían sus vidas totalmente dentro de sus hogares. Hoy este tramo está prácticamente destruido, con viviendas que parecen haber sido calcinadas por el fuego, balcones desparecidos o a punto de desparecer, derrumbes, apuntalamientos, espacios vacíos donde antes existieron edificaciones, y ruinas y más ruinas.

En el tramo hasta la escalinata de la Universidad, aunque son mayoritarias las viviendas, perduran algunos pocos comercios, principalmente de víveres. Aquí las viviendas, aunque afectadas por el tiempo, no muestran los estragos de las del tramo anterior, tal vez por encontrarse un poco más alejadas de mar y de sus efectos. San Lázaro, con muletas, dejando que le caigan los años encima,  espera un milagro que tarda demasiado en llegar.       

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