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El país que desapareció

El Paseo del Prado ayer y hoy

Un recorrido de La Punta a la Fuente de la India.

La Habana

Denominado primero Nuevo Prado, después Alameda de Extramuros y Alameda de Isabel II, así como también Paseo del Conde de Casa Moré y Paseo del Prado, en 1904 recibió el nombre de Paseo de Martí, aunque la mayoría de los habaneros lo denominan simplemente El Prado.

Esta alameda o paseo se extendía, durante la colonia, desde el Castillo de San Salvador de la Punta, construido entre 1589 y 1600, hasta un costado del Campo Militar o de Marte, siendo su trazado similar al actual: desde el Malecón hasta el Parque de la Fraternidad.

Su construcción se inició en 1772, ocupando una longitud de 1800 varas con un ancho de 125. Estaba constituido por dos secciones: una primera, desde la Punta hasta después de la calle Virtudes, donde en un espacio circular arbolado en forma de rotonda, se colocó en 1857 una estatua de Isabel II ejecutada en mármol, y una segunda, desde este lugar hasta otra rotonda cerca de la Calzada de Monte, donde se colocó la llamada Fuente de la India o de la Noble Habana.

En su primera sección estaba conformada por cinco calles paralelas: dos empedradas en macadam al frente de las viviendas de los dos costados, dos terraplenadas entre las hileras de árboles, para los que paseaban a pie, y una central mucho más ancha, para el tránsito de carruajes y jinetes. Junto a las hileras de árboles, entre intervalos, existían bancos de piedra, y delante del Teatro Tacón, donde después se construiría el edificio del Centro Gallego, se colocaban sillas por las tardes, siendo éste habitualmente el lugar más concurrido.

Durante la ocupación norteamericana, "el Paseo", como era más conocido, fue rehecho y sembrado de álamos y, en tiempos del Presidente Zayas, se le plantaron pinos. La segunda sección, que se extendía desde el Parque Central hasta el de la Fraternidad, fue totalmente transformada al construirse el Capitolio Nacional en 1929, así como la primera reconstruida con laureles, farolas con excelente iluminación, bancos de piedra y mármol, copas y leones  de bronce y pisos de terrazo, que hicieron del mismo el más importante paseo de la ciudad.

En ambas aceras se levantaron suntuosas y elegantes mansiones, así como otras edificaciones. El éxodo de las familias ricas hacia nuevos asentamientos y la invasión de comercios de lujo, dedicados principalmente al turismo, más oficinas, hoteles, cafés, restaurantes y otros establecimientos, cambiaron el carácter del viejo Paseo.

Recorriendo el Prado desde el Malecón, aparece el Parque de los Mártires, frente al Castillo de la Punta, creado en 1939 en los terrenos donde se levantaba el edificio de la antigua Cárcel de La Habana, del cual aún se conservan la capilla y las celdas bartolinas, y el monumento erigido en 1920 en honor del poeta Juan Clemente Zenea, obra del escultor español Ramón Mateu.

A la izquierda, en Prado y Cárcel, se encontraba el restaurante La Tasca, especializado en comidas españolas. Desde hace años, las ruinas del edificio en cuya planta baja se hallaba, en forma de una pared que se mantiene en estática milagrosa, esperan por una reconstrucción que nunca llega o por su definitiva demolición.

A continuación, algunas edificaciones deterioradas, dos de ellas convertidas en escuelas en los números 112 y 116, y en el número 120 la casa que fuera de Pedro Estévez y Catalina Lasa, construida en 1905, quienes sólo la vivieron poco tiempo, hasta que se trasladaron para su famosa residencia de Paseo y 17 en El Vedado, que fuera posteriormente vendida a Frank Steinhart, el primer cónsul norteamericano en Cuba.

En el número 157, el local donde se encontraba la Perfumería Guerlain, una copia de la existente en París, y en el número 164 el Café del Prado. En el número 201 el Cine Teatro Fausto, construido en 1938 en estilo moderno con detalles del Art Déco en su fachada —y principalmente en su hermoso vestíbulo, con 1.600 lunetas—, que obtuvo la medalla de oro del Colegio de Arquitectos en el año 1941, y en el número 207 el gran edificio de la Asociación de Dependientes del Comercio, construido en 1907, utilizado actualmente como centro de entrenamiento de esgrima y gimnasia.

En el número 212 la residencia que fuera del General José Miguel Gómez, segundo presidente de la República, construida en 1915, hoy convertida en la llamada Casa del Científico, por ser utilizada como local social por miembros de esta rama.

Un poco más adelante, en el número 260, el edificio de la Unión Árabe de Cuba, y el Hotel Sevilla que, aunque su frente no da al Prado, su lateral ocupa toda una manzana de éste. En el pasado, en el Sevilla se alojaron figuras como Caruso, Mary Pickford, David Alfaro Siqueiros, Jorge Negrete, Josephine Baker, Graham Greene, Georges Simenon y Ernest Hemingway.

En la acera opuesta, los locales que en su tiempo ocuparon los hoteles Areces, Biarritz y Regis, y en el número 302, el hermoso edificio del Casino Español, construido en 1914 y utilizado actualmente como Palacio de los Matrimonios.

Más viviendas y edificaciones en estado de deterioro, incluyendo el que fuera Palacio del Conde de la Mortera, convertido en una triste ciudadela, en el número 309 el edificio entregado a la Federación de Sociedades Asturianas, un pobre resarcimiento por la incautación de su local social, el Palacio del Centro Asturiano; y el Hotel Parque Central, una edificación moderna que muy poco tiene que ver con el entorno, ubicado donde antes se encontraban edificaciones antiguas, entre ellas, en el número 357, el Bar Partagás, encima del cual funcionaba el famoso restaurante de comida italiana Frascati, y en cuyas azoteas existían grandes anuncios lumínicos a colores, hoy inexistentes.

Cruzando la calle Neptuno, el Parque Central, construido en 1877, teniendo en el centro la estatua de Isabel II, sustituida en tiempos de la República por la de José Martí, con cuatro leones y cuatro fuentes de mármol, los cuales fueron retirados al remodelarse en 1960, dejando sólo dos fuentes, una en cada lateral, y veintiocho palmas que, por cierto, no tienen nada que ver con el día del nacimiento del Apóstol.

Antes de cruzar la calle Neptuno, en la otra acera, el restaurante que ha sido denominado indistintamente Caracas, Budapest —cuando Hungría era nuestra "hermana socialista"—, y ahora nuevamente Caracas. ¡Veleidades de las hermanas políticas, que carecen de fijador! Esta esquina se hizo famosa en la década de los años 50, con la pieza musical "La Engañadora", que gozó de gran popularidad.

Cruzando, en el número 406, el reconstruido Hotel Telégrafo, la famosa acera del Café El Louvre, en tiempos de la colonia lugar de reunión de los jóvenes independentistas dónde, en valiente gesto, el capitán español Federico Capdevila, defensor de los ocho estudiantes de medicina ejecutados el 27 de noviembre de 1871, quebró su espada, en repudio a la injusta condena, seguido por la acción del también militar español Nicolás Estévanez, que se despojó de sus grados.

A continuación se hallaba el Café La Dominica y, en el número 416, el famoso Hotel Inglaterra, construido en 1856, donde se encontraba el Café Escauriza, ampliado en 1891 y remozado en 1915, lugar en el cual el General Antonio Maceo se alojó durante su estancia en La Habana, previo al inicio de la Guerra de Independencia.

Después, cruzando la calle San Rafael, en el espacio en que se encontraba el Teatro Tacón y otras edificaciones anexas, en los números 452-458, el imponente edificio del Centro Gallego, diseñado por el arquitecto belga Paul Belau, construido en 1915, con grupos alegóricos a la música, el canto, la literatura, el drama y la comedia en la entrada, obras del escultor italiano Moretti, así como también lo son las del edificio social, relacionadas con la beneficiencia y la educación, el trabajo, la perseverancia y la gloria, y las tres victorias de bronce que rematan cada una de las tres torres. Al ser intervenido por las autoridades, despojando a sus dueños de la propiedad, fue entregado al Ballet Nacional de Cuba, que utiliza la edificación y su teatro, rebautizado como el Gran Teatro de La Habana Federico García Lorca, para sus funciones y otras actividades artísticas.

Entonces, el amplio espacio ocupado por el Capitolio Nacional y sus áreas aledañas, construido entre 1926 y 1929 para sede del Poder Legislativo, con una altura de 91,73 metros y la estatua de la República, de 17,54 metros, la tercera más alta ubicada bajo techo, fundida en tres piezas de bronce y recubierta con una lámina de oro de 22 quilates, situada en la rotonda central del Salón de los Pasos Perdidos, bajo la cúpula, obra del escultor italiano Angelo Zanetti, autor también de las dedicadas al Trabajo y a la Virtud Tutelar, colocadas a ambos lados de la entrada principal, en la parte superior de la escalinata. Constituyen también riquezas del edificio las puertas de bronce de la entrada con relieves con pasajes de la historia de Cuba, obra del artista cubano Eduardo García Cabrera, modelados por el escultor belga Struyt, así como el relieve con las efigies de los presidentes de la República desde 1902 hasta 1929, la última irreconocible, pues fue golpeada a martillazos a la caída de éste.

Dentro del edificio se encuentra el nicho donde estaba el diamante que señala el kilómetro cero de la Carretera Central, hoy retirado y guardado, según se dice, en las bóvedas del Banco Nacional de Cuba; un hermoso busto de Martí, ejecutado en mármol de Carrara por el escultor yugoslavo Janko Brajovich; los hemiciclos del Senado y de la Cámara de Representantes, este último con bajorrelieves del italiano Gianni Remuzzi, el Angel Rebelde del italiano Buemi, que simboliza la discordia o la controversia y las metopas de los balcones del edificio, obra del cubano Juan José Sucre.

Todo el edificio estaba rodeado por los hermosos jardines concebidos por el paisajista francés Jean Claude Nicolas Forestier. Venido a menos durante años, condenado al ostracismo por absurdas decisiones políticas, descuidado, sucio, con adaptaciones constructivas inadecuadas, poblados sus salones por colonias de murciélagos, perdidas muchas de sus riquezas por abandono, descuido o sustracción, subutilizado como sede de la Academia de Ciencias de Cuba,  al fin se encuentra en proceso de reparación capital, con el objetivo declarado de regresarlo a las funciones para las que fue construido, algo complicado pues el actual parlamento cubano —donde sólo se ha aprendido a escuchar,  aceptar, aplaudir y votar unánimemente— difiere bastante del anterior.

En la acera de enfrente, en el número 513, el que fuera elegante Teatro Payret, dedicado al cine y a las variedades, con su bar y cafetería,  hoy bastante venidos a menos; la Sala Kid Chocolate, en lo que fuera el Hotel Pasaje, y un grupo de edificaciones, la mayoría en estado crítico, hasta cruzar la calle Teniente Rey y encontrarse con el magnífico edificio que perteneciera al Diario de la Marina, sus bajos convertidos en una tienda para turistas y, en los altos, el Tribunal Provincial de La Habana.

Más adelante, locales sucios y ruinosos, algunos ahora arrendados a particulares, quienes comienzan a reanimarlos, y el desde hace algunos años espacio vertical ocupado por los restaurantes de la Federación Asturiana Los Nardos, El Asturianito y El Trofeo, en constante remozamiento y mejoramiento, ampliándose ahora con un nuevo local anexo.

Después, la escuela Concepción Arenal y, cruzando la calle Dragones, en el número 603, el remozado Hotel Saratoga, bien caro para los visitantes extranjeros e inaccesible para los cubanos. Junto a él, el edificio entregado a la Asociación Yoruba de Cuba, ejemplo del despunte y espaldarazo dado a los cultos afrocubanos por las autoridades. Enfrente, la plazoleta donde, después de estar en diferentes lugares cercanos, inclusive en la puerta principal del Campo Militar o de Marte en 1837 y en el Parque Central en 1863, se situaron en 1875 la fuente y la escultura de la Noble Habana o de la India, como es más conocida.

Marca final del Paseo del Prado, todo el conjunto fue elaborado en mármol de Carrara por el escultor italiano Giuseppe Gaggini. La India se encuentra sentada sobre rocas artificiales con la cabeza y la cintura ceñidas de plumas, un carcaj lleno de flechas en el hombro izquierdo. En la mano derecha sostiene un escudo con sus armas, y en la izquierda la cornucopia de Amaltea con frutos del país. Todo descansa sobre un pedestal cuadrado, en cuyas cuatro esquinas se destacan igual número de delfines, que antes lanzaban agua por sus bocas para mantener llena una fuente en forma de concha. Durante mucho tiempo fue considerado el  símbolo de la ciudad, hasta que fuera absurdamente sustituido por La Giraldilla que, aunque diseñada y fundida en Cuba, parece tener algún punto de referencia con La Giralda existente en Sevilla, España.

Hoy El Prado, bastante maltratado, descuidados su paseo central y sus árboles, en mal estado sus aceras y sucios sus portales, con edificaciones ruinosas o simples ruinas, transitado por pocos turistas y demasiados "cazadores" de divisas, convertido desde la calle Neptuno hasta Dragones en un gran parqueo de vehículos, con filas infernales de ciudadanos de a pie en espera de los ómnibus que tardan horas en llegar, sin sus famosos aires libres ni sus acompañamientos musicales, ni los desfiles y actos cívicos que los estudiantes realizaban cada 28 de enero en honor a José Martí, echa de menos lo mucho perdido.

También añora la época del carnaval, cuando las bullangueras comparsas de los sábados, salidas de los barrios y de las diferentes instituciones culturales, de forma totalmente libre, espontánea y popular, hacían sus evoluciones coreográficas frente al Capitolio, donde se encontraba el jurado que concedía los premios a las mejores; y los paseos de los domingos que, viniendo del Malecón, hacían el recorrido de ida y vuelta  desde la Punta hasta la Fuente de la India, con sus fabulosos desfiles de carrozas, donde iban la reina, sus damas, hermosas mujeres y hasta el rey Momo, decenas de autos convertibles y camiones adornados, ciudadanos disfrazados, acompañados por la música de las orquestas, las serpentinas y los confetis, en un derroche de arte y colorido donde participaba toda la familia, sin borracheras ni broncas callejeras.

El Prado, junto a la mayoría de los habaneros, espera la llegada de tiempos mejores, convencido de que habrán de llegar.

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