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Economía

¿Está Cuba abierta al comercio internacional?

El director general de la Organización Mundial del Comercio parece haber respondido a esta pregunta en su visita a la Isla.

La Habana

 Al parecer está de moda el coqueteo de ciertos organismos internacionales con el Gobierno cubano. Así se han comportado últimamente la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En ambos casos sus representantes exaltan los avances de la Isla —en el caso de la FAO, mucho más cuestionables— y callan las imperfecciones.

Ahora le ha tocado el turno a la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Conviene aclarar que la OMC trabaja en aras del crecimiento del comercio mundial, tanto de las exportaciones como de las importaciones, y por tanto les aconseja con frecuencia a sus países miembros la eliminación de las políticas proteccionistas, así como la práctica del libre comercio.

Sin embargo, el señor Roberto Azevedo —de origen brasileño—, actual director general de la OMC, empleó a ratos un lenguaje diferente durante su reciente visita a Cuba, que incluyó declaraciones al periódico Granma. Con tal de no contrariar a las autoridades cubanas, y en el fondo consciente de que los gobernantes castristas no encajan dentro de la tendencia general de la OMC, afirmó que "la inserción en el comercio internacional no tiene una receta única para todos. Cada país tiene sus peculiaridades, sus desafíos".

En ese contexto, el señor Azevedo evidenció un punto de vista muy limitado al enjuiciar la labor de Cuba en el marco del comercio internacional. Alabó las potencialidades de la Isla a propósito de la nueva Ley de Inversión Extranjera y la Zona Especial de Desarrollo del Mariel. Pero el director general de la OMC no dijo ni una palabra sobre la "sustitución de importaciones", esa consigna que preside el discurso de todo el aparato oficialista cubano.

No nos llamemos a engaño: ese afán castrista de vender mucho y comprar muy poco —exportar y no importar— trasciende la coyuntura táctica de unas finanzas en condiciones precarias, y deviene en estrategia con que encauzar el rumbo de la nación. O sea, que se pretende cerrar nuestra economía, ignorando los beneficios que el comercio internacional les reporta a todos los países. Tampoco podemos olvidar los ataques de la propaganda oficialista al libre comercio, al que consideran una herramienta básica de las "malvadas políticas neoliberales".

Al referirse a los mecanismos de integración en América Latina, y ya algo más distanciado del punto de referencia cubano,  el alto funcionario de la OMC acercó su discurso a la razón de ser de dicha entidad. Expresó que los referidos mecanismos de integración no tienen la intención de cerrar los países. Y apuntó: "Los países latinoamericanos de manera general tienen un modelo de integración abierto. Son procesos que permiten una inserción gradual y progresiva en el mercado mundial, y en ese sentido son muy bienvenidos". Y ofreció como ejemplo a Mercosur.

Sin embargo, el señor Azevedo se cuidó de mencionar la Alianza Bolivariana para los Pueblos de las Américas (ALBA), un mecanismo de integración que reniega de los postulados de la OMC, y cuyos líderes no desaprovechan la más mínima oportunidad para denostar al libre comercio. Incluso, los voceros del ALBA critican al resto de los mecanismos de integración —en especial a los tratados de libre comercio que muchos países de la región han suscrito con Estados Unidos— porque se basan en la competencia, y no en el principio de la complementariedad. Como se sabe, la competencia es esencial para el buen funcionamiento de las economías de libre mercado.

Al término de la corta visita se informó que el director general de la OMC había intercambiado con varios ministros cubanos acerca de la visión e interés de Cuba en el contexto de las negociaciones que auspicia la máxima entidad del comercio mundial.

Pensamos que el señor Azevedo debió  aconsejar a los dirigentes cubanos para que abran definitivamente la economía de la Isla al comercio internacional, y dejar atrás esa especie de semiautarquía que nunca ha dado buenos resultados. Hablar claro, a la postre, es más fructífero que practicar filigranas verbales para tratar de quedar bien con Dios y con el Diablo.   

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