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Posición Común

¿Oportunidad o nuevo desastre?

La UE ha de tener en cuenta todas las facetas de la realidad cubana y las distintas sensibilidades de un pueblo aún inmerso en la construcción de su identidad como nación.

Barcelona

En 1898 nada pudo hacer la clase política española contra la exaltación y el furor bélico que inoculó la prensa sensacionalista en el pueblo. Necesitada de apuntalar un orgullo que se caía a pedazos por el fracaso de su política nacional y colonial, España abrazó la causa de una guerra imposible de ganar.

Incapaz de solucionar por vías pacíficas el conflicto con los independentistas cubanos, se vio envuelta en una guerra con los Estados Unidos que desembocó en la pérdida de sus últimas posesiones coloniales, la ruina de su atrasada economía y el hundimiento moral conocido como el desastre del 98.

De haber leído correctamente las claves de la realidad insular, y los anhelos de libertad y prosperidad de la sociedad cubana de entonces, quizás se habría podido evitar buena parte de aquellos efectos desastrosos.

Conscientes de la ficción que supone utilizar la historia como decorado, y a la luz de las últimas noticias sobre el "deshielo" de las relaciones de la Unión Europea (UE) con Cuba, surge la pregunta de si España —país que siempre ha liderado la política exterior de la UE hacia Cuba— ha realizado una lectura correcta de las claves de la realidad cubana actual. O si, en cambio, navega a todo trapo a la aventura, esperando encontrar gloria y otros beneficios inmediatos que, una vez más, no reparen en el  entramado de anhelos e intereses de los cubanos de hoy.

Las decisiones que en estos días se están tomando en Bruselas apuntan al Gobierno cubano como único actor legitimado para dialogar sobre una hipotética transición en la Isla. Es evidente que la UE ha optado por un enfoque top-down, que privilegia y casi reduce la visión de futuro sobre Cuba a los argumentos de un régimen que sin duda ostenta el control efectivo de la población, así como el monopolio de la fuerza y los medios de comunicación, pero desde una legitimidad cuando menos cuestionable. ¿O es que puede ser creíble que la situación de Cuba resulte de un orden de cosas libremente elegido por sus ciudadanos? ¿O puede alguien pensar que la voluntad del pueblo cubano haya sido la de someterse a una dictadura dinástica durante más de medio siglo, encontrando lógico que el romanticismo inicial de la revolución le cautivara hasta el punto de perder la razón?

Se arriesga la UE si, al diseñar esta nueva estrategia de relaciones, no tiene en cuenta todas las facetas de la realidad cubana y las distintas sensibilidades que conforman la voluntad de un pueblo todavía inmerso en el proceso de construcción de su identidad como nación. Se expone al fracaso si no considera clave esa naciente sociedad civil que —aun en medio de la miseria moral y material en que la ha postrado una tiranía con dimensiones perversas en el plano ideológico y geopolítico— busca el fundamento de su soberanía en el complejo mundo de hoy.

Se trampea a sí misma la UE si no descifra el imaginario colectivo de un país cansado de mitos y leyendas, de psicosis de guerras, enemigos y resistencia heroica. El imaginario de un pueblo que, cuando se ve reflejado en su exilio, conoce de su potencial para prosperar en otras condiciones socioeconómicas, de su capacidad de adaptación, alto grado de civismo y cultura política en democracia.

Debe aguzar los sentidos la UE para detectar el valor de ciertos puntos de inflexión que se encuentran en planos ideacionales más que materiales; puntos que conectan su visión del mundo con el correlato político de aquellos cubanos que piensan y hablan de las formas de un Estado de derecho, y de libertades fundamentales para la construcción de una futura ciudadanía.

Esa Cuba latente —que en sectores cada vez más amplios se denomina la "otra Cuba"— es la que alimenta el imaginario social que aparece cada vez con más fuerzas en proyectos políticos todavía minoritarios y dispersos. Pero, ¿cómo podría ser de otra forma en una sociedad amedrentada y manipulada por un poder totalitario y represor que ha anatemizado al individuo y al pensamiento?

Fortalecer la sociedad civil

Existe consenso en Bruselas en torno a la opinión de que estos proyectos no tienen el calado social de movimientos como Solidaridad o Carta 77, pero no se puede comparar los regímenes de los países del este con el de Cuba, así como tampoco el contexto histórico actual con el de entonces, ni la forma de metabolizar el totalitarismo por la sociedad en cada caso. Sin embargo, estos proyectos significan una brecha en la estructura monolítica del poder en Cuba; una brecha que se amplía cada vez más con las nuevas generaciones y a la que la UE debería contribuir más allá de la retórica.

Fortalecer la sociedad civil equivale a expandir el espíritu de otra Cuba y sumar voluntades para construir ese marco de convivencia, y es en ese ámbito donde la UE tiene que cooperar con todos los actores, intercambiar sus experiencias, ser solidaria y asumir su papel como potencia normativa.

La cláusula democrática es un elemento jurídicamente vinculante, esencial en acuerdos como del que ahora se habla, lo cual abre nuevas posibilidades más allá de la denuncia de violaciones de derechos humanos. Abre la puerta a ejercer un droit de regard como el de los acuerdos de Helsinki, que en su día significó un caballo de Troya tras el Telón de Acero.

Por otra parte, una vez instalado en la agenda, el diálogo sobre democracia se puede proteger de los actuales niveles de censura y persecución, y se podrían implementar iniciativas hasta ahora impensables como libertad de prensa, para asociarse y para proponer referéndums; así como otras que se financian a través del Instrumento Europeo para la Democracia y los Derechos Humanos (IEDDH).

Todo ello en el supuesto de que el régimen cubano accediese a firmar un acuerdo en estos términos y la UE lo implementase a cabalidad, sin subterfugios ni recursos ornamentales.

Cualquier estrategia de relaciones que dé prioridad a intereses a corto plazo, pero no esté preparada para acompañar y tender la mano a quienes representan los principios y valores que la propia UE busca promover en el mundo, significará una oportunidad perdida. Cualquier estrategia que no contenga en su diseño los mecanismos e instrumentos para dialogar con la sociedad civil y para cooperar en ese sentido bottom-up que la propia experiencia de la UE ha valorado como esencial para contribuir a la transformación de regímenes no democráticos, estará condenada a la desilusión a medio plazo.

Una visión estratégica que no diagnostique certeramente los problemas del país con el cual pretende estrechar lazos, que no sea capaz de abrir las puertas no solo al comercio y las inversiones, sino a las ideas que pueden transmutar la opresiva realidad, será una visión miope.

La UE debe dar lo mejor de sí para evitar que en este anunciado deshielo se fragüe un nuevo tipo de desastre y que la cooperación europea sea usada como balón de oxígeno del régimen, aparentando una falsa democratización a lo bielorruso o algo por el estilo. Parece que concede el beneficio de la duda al régimen cubano: nunca se sabe si el castillo de naipes puede venirse abajo de forma imprevista como en el Otoño de las Naciones.

Pero también debería explicar y comunicar mejor su nueva política exterior, hacerla más transparente y asegurarse de no cometer errores de los que ya tiene experiencia: democratizaciones por la vía económica neoliberal que terminan en la captura del país por una élite mafiosa y autoritaria que proviene generalmente de los estamentos oficiales y las cloacas del régimen anterior, así como diálogos fallidos y otros mecanismos de persuasión que no funcionan frente a regímenes recalcitrantes.

Y sobre todo, la UE debería procurar que su cambio de política exterior responda a una lectura correcta del relato de otra Cuba, principal garantía de éxito de su estrategia más allá de garantías diplomáticas que el gobierno siempre podrá obstaculizar con reservas. Un relato que se enriquece exponencialmente y que —aunque parezca menor al lado del de una revolución que ha sabido gestionar su poder simbólico— es el relato, la voz de un pueblo que despierta a una realidad en la que necesita hacerse muchas preguntas y en la que sería un desastre no responder con libertad.

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