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Corrupción

El castrismo 'se baña, pero salpica'

La corrupción es estructural y forma parte ya de la cultura nacional. Fidel y Raúl Castro disponen del patrimonio del país para beneficio de sus familias y de su claque política.

Los Ángeles

"Tiburón se baña, pero salpica". Así dijo de sí mismo el segundo presidente de la naciente República de Cuba, José Miguel Gómez, un muy destacado general de la Guerra de Independencia que, al llegar a Jefe de Estado, robó tanto que el gracejo popular criollo lo bautizó como "Tiburón".

Con su insólita frase Gómez admitió que era corrupto, pero aclaró que no era únicamente él quien se bañaba en dinero, pues "salpicaba" a sus subordinados, algunos de los cuales robaban igualmente al Tesoro de la joven nación. Durante su gobierno (1909-1913) hubo varios escándalos de corrupción y repartición de cargos públicos entre los amigos del Presidente.

Un siglo después, en la Cuba de la "moral socialista" la corruptela no solo sigue vivita y coleando, sino que ha escalado a niveles nunca antes conocidos. Tiene carácter estructural  y forma parte ya de la cultura nacional.

Los hermanos Castro y los jerarcas de su dinastía se rasgan las vestiduras cada cierto tiempo y lanzan ofensivas policiales y campañas contra la corrupción. Hay hasta una zarina anticorrupción, Gladys Bejarano, con rango de vicepresidenta del Consejo de Estado. Lo que pasa es que cuando Raúl Castro y ella hablan no especifican que se están refiriendo solo a la malversación "por la libre", no a la autorizada o controlada por ellos.  

En la llamada batalla anticorrupción no se toca nunca a los "pejes gordos". Se juega con la cadena, no con el mono. Este último es la élite dirigente, incluyendo la Junta Militar, los "históricos", todo el generalato, el Buró Político y las principales figuras civiles del Partido Comunista. La cadena, en tanto, tiene dos niveles:  1) el resto de la burocracia estatal (ministros, directores de empresas y hoteles, funcionarios de turismo, jefes de grandes almacenes, administradores de las "shopping", etc); y  2) los administradores de bodegas y tiendas, los empleados estatales sin cargo alguno, los agentes policiales y aduaneros y sus jefes, etc.

Si las estridentes campañas contra la malversación fuesen de veras al fondo del problema  los Castro y la nomenklatura irían a la cárcel, o tendrían que presentar su renuncia. Habría que desmontar el socialismo, régimen al que le es inherente la corrupción, cual patología  incurable, porque la "propiedad social" no es de nadie y a nadie le duele. Y se puede meter la mano sin problemas, pues los medios de comunicación son igualmente estatales y hay un blindaje total contra el escrutinio público. 

En las naciones con sólidas instituciones democráticas, independencia del poder judicial y transparencia mediática, los políticos corruptos van a prisión, al menos los más connotados.   En Cuba es al revés, quienes más malversan son los que no van a la cárcel.

En los tiempos de José Miguel Gómez, y en los gobiernos republicanos posteriores, la expresión de corrupción más común era la de sustraer dinero del presupuesto público  mediante partidas infladas de gastos para obras, o proyectos que se ejecutaban a un costo más bajo, o no existían; o con la creación de cargos en ministerios y otras entidades en los que eran nombrados parientes y amigos que ni siquiera iban a sus oficinas. Era lo que el pueblo llamaba una "botella".

Hoy no hay "botellas", ni los funcionarios gubernamentales roban dinero de obras no construidas, pero la malversación es muy superior. Al llegar al poder, Fidel y Raúl Castro, como "tiburones" de nuevo tipo, se apropiaron de todo el patrimonio nacional, del cual disponen a capricho para beneficio propio, de sus familias y de la claque política que los sustenta.

Gómez escandalizó al país cuando después de dejar la Presidencia de la República se construyó en La Habana un palacete. Pero Fidel tenía 34 residencias, muchas de ellas mansiones millonarias con todas las comodidades y la tecnología más avanzada, ubicadas en valles de exuberante belleza tropical.

Como por razones de seguridad nunca se informaba dónde iba a hospedarse el dictador cuando salía de La Habana, durante los 365 días del año en esas residencias  permanecían cocineros, jardineros, empleados de limpieza, guardias, que las mantenían listas por si el comandante iba, aunque fuese una vez al año, o nunca. Cerca de 200 empleados, ociosos,  tenía Castro en esas casas privadas, que no importa si eran propias o no, pues él era el único que las podía disfrutar.

'Dolce vita'

Por otra parte, si los generales y coroneles con mando de tropas y los jefes de las fuerzas represivas no recibiesen privilegios, y recursos sustraídos del Estado para una vida bien cómoda, el castrismo se vendría abajo. Además, con la Corporación Gaviota S.A. de las Fuerzas Armadas, un emporio turístico empresarial multimillonario de carácter paraestatal, los militares tienen otra fuente colosal de corrupción.

Junto con los militares succionan recursos estatales los "históricos", el Buró Político y toda la cúpula dictatorial. La dolce vita de que gozan supera en años luz el nivel de vida que les correspondería según sus sueldos oficiales, ninguno de los cuales pasa de 62 dólares mensuales ( 1,500 pesos cubanos).

Con cargo al Estado, y autorizado por el dictador, se construyen o remodelan palacetes  privados con aire acondicionado y equipamiento tecnológico del mundo desarrollado, con criados, piscinas, enormes jardines y áreas verdes donde organizan banquetes homéricos y  fiestas. Y sin preocupación, pues se trata de verdaderos bunkers protegidos por guardias armados y con altos muros.

Además poseen fincas de recreo, clubes y playas en cayos particulares. Gastan miles de dólares en viajes al extranjero, donde incluso compran viviendas o empresas que operan sus hijos y nietos. Disponen de yates y salen a pescar o a pasear por el Caribe o el Mar de las Bahamas, toman el mejor whiskey, tienen antenas para ver la TV estadounidense y mundial, acceso libre a internet, y automóviles con chofer equipados con todo. El Estado "proletario" paga las cuentas. 

¿Le preguntó ya Gladys Bejarano a Mariela Castro, hija del dictador, cómo adquirió la colección de cuadros de pintura originales que por valor de más de 120.000 dólares cuelgan en las paredes de su mansión amurallada?

Las ofensivas anticorrupción se limitan a la parte más delgada de la soga. Dada la improductividad comunista y el desabastecimiento generalizado, solo el mercado negro y el "trapicheo" pueden  satisfacer las necesidades básicas de la población. Y ese mercado se nutre de los "desvíos" de recursos del Estado. En las empresas estatales, jefes, empleados y  guardias se apropian de bienes mediante la adulteración de los registros contables e inventarios. Envían informes falsos a sus superiores, quienes a su vez mienten a los de más arriba, hasta llegar al nivel nacional, que miente más aún. Y pulula el hurto subrepticio.

Hoy en Cuba sustraer productos de un almacén estatal no es considerado realmente un delito, sino un acto de legítima defensa  que permite "resolver" y subsistir. La gente sabe que los altos dirigentes políticos son los que más recursos malversan y no tienen moral para hablar de corrupción.

 En fin, el "Tiburón" de principios del siglo XX sería hoy solo un aprendiz de los Castro, quienes al bañarse salpican con fuerza de tsunami a los "hombres nuevos" de los que hablaba  el Che Guevara.

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