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Prostitución en Cuba (I)

Muchos rostros de un conflicto

En la Isla no existen instituciones que garanticen los derechos de los más vulnerables. La prostitución ni siquiera se menciona como problema por parte del Gobierno.

La Habana

Se dice que la prostitución es el más antiguo de los oficios humanos. No existe cultura en que la historia no registre la práctica de servicios sexuales a cambio de dinero u objetos de algún valor. Otras formas de prostitución se producen a cambio de determinados favores o prebendas.

Lógicamente, tanta antigüedad y persistencia de la prostitución a lo largo de los siglos ofrece una variedad casi infinita de formas, circunstancias y consideraciones, tanto de orden sociológico, como psicológico, histórico, económico, de género e incluso político. Los márgenes más oscuros del fenómeno actualmente se refieren a la trata de mujeres a través de redes internacionales especializadas en el tráfico humano con destino sexual —de la que son víctimas mayoritariamente las inmigrantes ilegales y jóvenes de sectores marginales—, a la esclavitud y, en particular, a la trata y explotación sexual de menores.

La prostitución en la Cuba 'revolucionaria'

Recientemente el periódico miamense El Nuevo Herald publicó un artículo sobre el llamado "jineterismo" (George Porta, El jineterismo es una forma de genocidio), que trae a discusión el tema de la prostitución en un país que desde 1959 y durante décadas se consideró territorio libre del comercio sexual.

"Jineterismo" es el vocablo particular con que el léxico marginal definió la prostitución que comenzó a proliferar con mayor fuerza en Cuba a partir de la década del 90 del siglo pasado, impulsada por la crisis económica tras el desplome de la antigua URSS y del campo socialista, y por el incremento del turismo como vía alternativa desarrollada por el Gobierno para el ingreso de divisas. Así, resulta tanto más controversial por cuanto las prostitutas cubanas de los últimos 20 años no provienen —como suele ocurrir en otras naciones subdesarrolladas— de sectores sociales golpeados por el analfabetismo, la ignorancia y otros flagelos similares, sino que son miembros de generaciones formadas y adoctrinadas en los principios morales supuestamente superiores del "hombre nuevo" y muchas de ellas ostentan niveles de instrucción considerables.

Atrás, en la historia anterior a 1959, quedó la imagen de la pobre guajirita ingenua engañada por algún astuto galán que "la desgració" y acabó explotándola en algún prostíbulo de la cabecera provincial o de la capital. La prostituta de hoy, por lo general, es una muchacha que ha cursado al menos hasta un noveno grado y que utiliza conscientemente sus atributos sexuales para alcanzar a la mayor brevedad los beneficios materiales que sabe no obtendrá a partir de un salario o del ejercicio profesional de una carrera tecnológica o universitaria.

El "jineterismo" tampoco representa una casta homogénea. Se trata de un fenómeno bien diferenciado en capas o estamentos, según la categoría, edad, atributos físicos, calificación, aspiraciones, relaciones y otros factores, de la muchacha en cuestión. Así, hay desde las baratas jineteritas de calle, que satisfacen un sexo rápido dentro de un automóvil o en algún pasillo o cuartucho de solar, hasta las espectaculares y costosas jineteras de gimnasio y spa, lindas y refinadas, que prestan un servicio más "personalizado", muchas de las cuales sueñan con hacer un matrimonio ventajoso con algún turista extranjero deslumbrado o algún ejecutivo de firmas de capital mixto, o acumular dinero suficiente para emigrar por sí mismas.

Entre ambos extremos se mueve toda una pléyade de jineteras de la más diversa condición y aspiraciones, muchas con la mínima aspiración de sobrevivir el día a día, sin más planes ni ambiciones, sujetas a una realidad sin expectativas de futuro.

No obstante, las causas de la prostitución en Cuba, si bien se relacionan con la crisis económica permanente y con el auge del turismo internacional, están profundamente ancladas en el deterioro de otros valores, no necesariamente vinculados al tema de la inequidad de género, al machismo o a la opresión que sufre la mujer. El fenómeno es mucho más complejo y tiene reflujos de fondo, heredados del igualitarismo ramplón que primó en los años del socialismo subsidiado.

Más tarde, en Cuba se produjo una inversión de valores en la apreciación social de la prostituta, en virtud de la cual muchas de esas mujeres que vendían sus servicios sexuales a extranjeros en los 90 —anteriormente motivo de desprecio y de estigma social— pasaron a ser una suerte de heroínas populares al convertirse en las proveedoras familiares y a veces hasta en benefactoras de sus vecinos en desgracia. En particular la jinetera "de clase", que con frecuencia procuraba la medicina, el producto de aseo o el alimento a los más desposeídos, cambió notablemente la percepción del oficio: prostituirse no solo era más lucrativo, sino que podía erigirse en fuente de solidaridad y prestigio personal. De hecho, para entonces ya los cubanos no éramos tan "iguales".

No ocurrió lo mismo con la jinetera de clase baja. Los prejuicios segregacionistas que cobraron auge desde esos años a partir de las diferenciaciones del poder adquisitivo, también se instalaron de manera espontánea entre las prostitutas. Antes de los Castro, las prostitutas más pobres eran popularmente conocidas como "de café con leche". Las de hoy son "de agua con azúcar".

Ahora bien, ¿puede siempre definirse a la jinetera como víctima de género y de la pobreza?, ¿el jineterismo, como prostitución en Cuba, se ajusta a la definición de "genocidio" que ofrece el artículo de El Nuevo Herald? En lo personal, prefiero apartarme de las exageraciones. Es un hecho que la prostitución como fenómeno social favorece la proliferación de delitos relacionados: proxenetismo, tráfico humano, explotación de género, tráfico de droga, etc. Es también axiomático que las carencias materiales, unidas a la crisis moral, estimulan la extensión de la prostitución en la Isla.

Sin embargo, más allá de la "tolerancia" social, la experiencia demuestra que existen opciones de supervivencia no asociadas a la prostitución que fueron adoptadas por la mayoría de las mujeres cubanas, incluso en los peores momentos de la crisis, y que en un elevado porcentaje las jineteras eligieron voluntariamente el oficio como la vía más expedita para obtener ganancias y no precisamente por "razones de supervivencia". Así, un elevado número de jineteras no sienten la necesidad de "ser liberadas" de una actividad que les ofrece lo que desde su personal percepción se define como "libertad": un poder adquisitivo por encima de la media de las cubanas. 

No se trata tampoco de negar la existencia de la prostitución y la importancia de procurar anticiparnos a sus consecuencias, sino de interpretar con mayor exactitud los hechos. Asumiendo lo inevitable, todo indica que la prostitución retornó para quedarse: no hay destino turístico que no atraiga este tipo de profesión. De manera que de lo que va el asunto es de cómo lidiaremos con él.

En principio, toda persona adulta en su sano juicio es dueña de su cuerpo y de sus actos en tanto no atente contra los derechos de otros, por lo que ser prostituta o no sería —en primer lugar— una cuestión de elección, con independencia de que las leyes establezcan si constituye o no delito y que se persigan las actividades delictivas relacionadas. Otro asunto es cuando una persona es obligada a prostituirse, en cuyo caso se trata de una flagrante violación de sus derechos como ser humano.

Resulta condenable que en Cuba no existan instituciones capaces de garantizar los derechos de sectores sociales vulnerables, que las prostitutas estén desprotegidas, que no se persiga y condene ejemplarmente la prostitución de menores, que no se ataquen las raíces del mal y que las leyes casi siempre se limiten al castigo (dizque "reeducación") de la prostituta, el eslabón más débil de la cadena. Las prostitutas cubanas, en especial las "de la calle", son más proclives a resultar víctimas de la violencia, ya sea por parte de un proxeneta como por la extorsión policial. En no pocas ocasiones proxeneta y policía son una misma persona.

El tema de la prostitución es candente y forma parte incluso de la agenda política de muchos países desarrollados. Algunas propuestas actuales se centran en la regulación de la prostitución, previamente legalizada, aunque también se ha desarrollado una fuerte tendencia a favor de tipificar como delito la compra de servicios sexuales y no la venta de los mismos.

Lamentablemente, en Cuba estamos muy distantes de iniciar una estrategia eficaz sobre el tema. Es sabido que el primer paso consiste en reconocer la existencia del fenómeno, someterlo a debate público y estudiar sus alcances y consecuencias sociales, algo que precisa de la voluntad política del Gobierno: toda una quimera.

En todo caso, este bien podría ser un punto importante en la agenda de numerosas organizaciones independientes de la Isla que se interesan en problemas de corte civilista. Hasta ahora no existen programas temáticos sobre el asunto en la sociedad civil emergente. Iniciar y sostener el debate será el estímulo inicial que desate las propuestas.

 

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