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Economía

¿Hay una economía socialista?

El castrismo insiste en rendirle culto a su fetiche económico, un experimento mal concebido que ha llevado a la nación al desastre.

Los Ángeles

Hasta que la revolución bolchevique de 1917 dividió al mundo en capitalista y socialista, en cada etapa histórica siempre hubo un solo un tipo de economía, que por supuesto no tenía apellidos. Era economía, y punto.

Y no fue Vladimir Lenin el innovador que partió las aguas, sino Karl Marx, quien medio siglo atrás, luego de publicar en 1867 el primer tomo de El Capital, esbozó teóricamente los dos apellidos que llevaría la economía mundial durante casi todo el siglo XX, y que  increíblemente aún se usan en Cuba y Corea del Norte.

No por casualidad ambos países se ubican entre los más pobres y atrasados de Latinoamérica y Asia y ocupan globalmente los dos últimos lugares (176 y 177, respectivamente) en materia de libertad económica según el estudio 2013 Index of Economic Freedom,  publicado por el diario The Wall Street Journal y por The Heritage Foundation.

Con la imposición —nunca por la vía de las urnas— del experimento social diseñado por Marx, primero en Rusia y luego en otros 34 países (contando por separado las repúblicas de la Unión Soviética y de Yugoslavia), surgieron en el planeta dos economías simultáneas y totalmente  diferentes: la capitalista y la socialista (léase comunista, palabra que ya no le gusta a los marxistas porque está muy devaluada).

¿Apellido para qué?

Con anterioridad a la eclosión de la comunidad internacional del "socialismo real", no tenía sentido calificar el quehacer económico diario. Era lo natural, producto de una evolución milenaria que comenzó cuando nuestros primitivos ancestros agrupados en clanes y tribus empezaron a intercambiar alimentos y otras cosas en trueques que se fueron sofisticando poco a poco. Nadie en su propio tiempo le puso jamás  apellido a algo tan cotidiano.

La gente trabajaba,  intercambiaba productos, o utilizaba ya la moneda desde que se empezó a acuñar —en el reino de Lidia, actual territorio de Turquía— 620 años antes de Cristo, se alimentaba,  se divertía, y se iba de este mundo sin saber cómo se llamaba la economía de su época. Los nobles y más poderosos terratenientes en los tiempos del Cid Campeador no tenían idea de que serían llamados "señores feudales" por los historiadores.

Fue ya en la modernidad que los académicos comenzaron a hablar de comunidad primitiva, esclavismo, o feudalismo, para clasificar los modos de producción característicos de cada época histórica. Pero siempre el calificativo vino a posteriori, nunca surgió "en caliente", mientras se vivían los hechos.

Ahora bien ¿hay realmente una economía socialista? Toda teoría para que sea válida debe ser demostrada en la práctica. Si no funciona, no sirve y hay que desecharla. Eso fue lo que ocurrió con el marxismo-leninismo como modelo de sociedad. Fue probado en el laboratorio  durante tres cuartos de siglo (1917-1991) sin resultados positivos y finalmente sus propios inventores le dieron sepultura en las murallas del Kremlin.

China y Vietnam igualmente desmontan su "socialismo científico", y a su capitalismo de Estado en desarrollo lo han bautizado como "economía de mercado socialista", una hibridación absurda (el aceite y el vinagre no se pueden mezclar), pero con la cual Beijing y Hanoi certifican que su modelo económico ya no es comunista.

En Cuba, en cambio, se aferran al cadáver y lo mantienen insepulto. Pese a que el  comunismo ya pasó a la historia (al precio de 100 millones de muertos, hambre, injusticias, atraso económico) como una utopía más de las tantas fallidas durante nuestra existencia —desde La República de Platón a la "New Harmony" de Robert Owen en Indiana, en el siglo XIX, porque niegan la naturaleza humana—, en Cuba todo estudiante recibe todavía en 2013 una "educación socialista". Los niños son obligados a decir "Pioneros por el comunismo, seremos como el Che", y los libros de texto consideran una genialidad de Fidel Castro su frase "El futuro pertenece por entero al socialismo".

El Che Guevara solo cosechó fracasos en cada uno de los proyectos en los que se involucró. Jamás tuvo un acierto, ni práctico ni teórico, en lo político, económico, ideológico y social. Además ejecutó a cientos de civiles inocentes y opositores políticos (a muchos de los cuales dio personalmente el tiro de gracia con su pistola), fue el arquitecto de la "planificación socialista", las empresas consolidadas y la estatización de la economía cubana hasta hundirla por completo; y quiso ensangrentar Latinoamérica para "crear dos, tres, muchos Vietnam".

La maravilla socialista augurada por Fidel Castro ha sido la causa de que Cuba esté hoy en ruinas, soltando los pedazos.

Irresponsabilidad e idiotez

Ante las abrumadoras evidencias del desacierto de la economía centralmente planificada, la insistencia de la dictadura cubana en "actualizar el modelo económico socialista" es un insulto a la inteligencia humana. Si haber considerado (por parte de los fundadores del comunismo) como superior un modelo social y económico que suprime la libertad de las personas para crear riquezas y beneficiarse de ello fue un disparate histórico, la insistencia castrista en priorizar la economía estatal y su negativa a liberar en serio las constreñidas fuerzas productivas de la nación es una irresponsabilidad colosal, además de una  idiotez.

Asombra que el general  Raúl Castro, el coronel Marino Murillo y demás artífices de las llamadas "reformas" sigan reiterando que éstas tienen como objetivo fortalecer la economía socialista, y que en todas las instancias del país se siga insistiendo en los Lineamientos del último congreso partidista, según los cuales "la planificación socialista seguirá siendo la vía principal para la dirección de la economía", que abarcará también "a las formas no estatales que se apliquen".

El documento estratégico rector llega al colmo de precisar que "no se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas (negocios privados) o naturales" (individuos). Es decir, nada ni nadie podrá crecer y se fomentará solo la economía artesanal de subsistencia de los tiempos del Adelantado Diego Velázquez.

Por lo demás, la realidad muestra inequívocamente que no hay ninguna economía socialista. Todo fue un experimento mal concebido, que nació torcido por ignorar la condición humana, que necesita de libertad para crear y progresar.

Lo curioso —e irónico— aquí es que tampoco hay una economía capitalista propiamente. Cuando mencionamos el término estamos validando la extinta subdivisión marxista-leninista. El vocablo capitalista en el argot marxista significa "burgués", una argucia ideológica y semántica que desde sus inicios tuvo un claro carácter despectivo y lo sigue teniendo, como muestran Evo Morales, Nicolás Maduro y tantos otros populistas.

Hay en el mundo una sola economía: la que funciona. Decir capitalista es realmente una redundancia. Pese a sus defectos, insuficiencias y la "exuberancia de los mercados" de que habla Alan Greenspan cuando explica la gran recesión iniciada en 2008, la economía basada en la propiedad privada y la competencia es en los tiempos modernos la única manera que tienen los humanos de producir, crecer y lograr el avance económico, tecnológico, social, científico y cultural.

Sobran los apellidos. No tiene que diferenciarse de ninguna otra supuesta economía, llámese socialista o comunista, que no existe.

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