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Contrabando de armas

Mensaje siciliano en clave cubano-coreana

El mensajero —el Chong Chon Gang— es el mensaje: No hay blindaje que no podamos pasar. No hay crisis y hambrunas que rindan a nuestros pueblos.

Miami

En la primera parte de la famosa película El Padrino, Luca Brassi (corto papel eficientemente interpretado por el ex luchador Lenny Montana) recibe la encomienda de infiltrarse en las filas enemigas y saber sus planes. Pero el turco Virgil Sollozo (Al Lettieri) lo descubre. Los hechos se suceden de manera precipitada: atentan contra la vida del Padrino, y la Familia, anonadada por el golpe, organiza el contraataque bajo la dirección de su líder emergente, el impetuoso Santino Sonny Corleone (James Caan, en la vida real un practicante de artes marciales). En ese justo momento, traen el chaleco de balas de Brassi envolviendo un pez. Sonny, italoamericano, no puede descifrar aquello. Pero uno de los capos, siciliano, lo entiende perfectamente: Luca reposa en el fondo del mar, con los peces.

De la misma forma, pareciera indicar que pocos entienden el mensaje del barco coreano Chong Chon Gang, sorprendido en el Canal de Panamá cuando transportaba un alijo de armas. Como el chaleco de Brassi, parece un absurdo. El barco es una inmunda nave, también vetusta, vigilada por sus antecedentes delictivos. La carga era sospechosa: azúcar cruda cargada en sacos, cuando suele transportarse a granel. Al ser descubiertos, el capitán se resiste a la inspección e intenta el suicidio, como si llevara armas nucleares (probablemente se le dijo en Cuba que la carga era extremadamente sensible). Los tripulantes se niegan a cooperar (quien calla, otorga). El equipo que registra la travesía, apagado. En menos de 48 horas La Habana envía al viceministro de Exteriores para pedir al Gobierno panameño liberar el buque.

Pero donde el absurdo alcanza el punto máximo es cuando se abre el chaleco, es decir, la bodega primera, y se encuentran armas de casi medio siglo, aún potencialmente funcionales, pero obsoletas tanto para los coreanos como para los cubanos. La justificación del Gobierno cubano añade ilógica, por no decir burla: son enviadas a Corea para su reparación y regreso (¿y por qué no declararlas?).

Tal vez el mensaje hay que buscarlo, como en la obra de Coppola, en las circunstancias que rodean a la Familia, es decir a Cuba, a Corea del Norte y a sus relaciones internacionales actuales. Desde tiempos inmemoriales, el mensaje suele ser el mensajero; el mensajero, a su vez, no entrega palabras sino símbolos. Eso permite tantas lecturas como de lectores se disponga.

Una lectura plausible es que las crisis económicas de ambos países comunistas, primariamente dadas por sus métodos arcaicos de control y pérdida de libertades individuales, con la adición de embargos externos, pueden generar situaciones explosivas al interior. Pero el enemigo más amigo, ese que siempre está presto a dar la justificación, léase "el imperialismo norteamericano", esta vez ha jugado  a la riposta, algo que a las víctimas hace mucho daño. Ha dicho el Enemigo-Amigo: esto que lo resuelvan las Naciones Unidas.

Puede no gustarnos la respuesta del "imperio", pero es, sin duda, también mafiosoide: ante una carnada tan apetitosa hay que descubrir el anzuelo. Sin embargo, para una buena parte de los analistas y políticos cubanoamericanos hay que ser más agresivos, pues Cuba y Corea son traficantes internacionales de armas. Puede ser cierto. Es más, hay pruebas de que eso fue cierto. Pero, ¿se trata de eso el Chong Chon Gang?

A Panamá acaban de llegar unos expertos de Naciones Unidas para investigar los detalles técnicos. Ellos dirán qué tipo de armas y cuán funcionales pueden ser. Pudieran poner en ridículo al expresidente colombiano Uribe, hombre firme y cauteloso, quien ha dicho que parte de las armas iban a las FARC (¿de qué base en la selva pueden despegar los Mig-21?). Pondrían en aprieto a los congresistas cubanoamericanos, quienes reclaman el fin de los acercamientos sobre temas migratorios pues Cuba ha violado las sanciones sobre entrega de armas a Corea (¿llamar armas a eso?).

Como oí decir a un analista cubano hace poco, nada de lo que sucede en Cuba es pura casualidad. Todo está amarrado y bien trincado, como los contenedores bajo miles de toneladas de azúcar "prieta". El Gobierno de Raúl Castro puede ser más impetuoso, vehemente, como Sonny Corleone. Pero aun están allí Clemenza y Tessio, y el Padrino, quien todo lo ve y todo lo oye desde sus habitaciones, y, no dudarlo, no se mueve una hoja sin su consentimiento. 

Vistas así las cosas, y no hay que ser absolutos, el mensaje en clave cubano-coreana es que seguimos y seguiremos siendo los mismos, bajo cualquier circunstancia habrá que contar con nosotros, y aunque seamos chicos malos, nos portemos como buenos psicópatas contra lo establecido y sin remordimientos, debemos sentarnos a conversar. No hay blindaje que no podamos pasar. No hay crisis y hambrunas que rindan a nuestros pueblos. El chaleco —el barco cargado de armas— y el pez muerto —la azúcar cruda— son nuestro mensaje.

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