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Economía

Dilema raulista: aflojar o el desastre total

El perfeccionamiento empresarial, al que ahora se aferra el régimen, no consiguió salvar al comunismo europeo. Aun así, para que funcione debería incluir el despido masivo de trabajadores. ¿Está dispuesto a hacerlo Raúl Castro?

Los Ángeles

Albert Einstein  definía la locura de manera muy sencilla: "Hacer la misma cosa una y otra vez y esperar resultados diferentes".

Es eso lo que hacen  el  general  Raúl Castro y quienes junto con él mandan en Cuba. Insisten  en  construir o "actualizar" el socialismo, un sistema político y socioeconómico  probadamente inviable, a la espera de obtener resultados positivos.

La cúspide  castrista actúa desconectada  de la realidad y  hunde cada vez más a Cuba en una crisis que es ya devastadora, con una economía  postrada que suelta los pedazos pese a los petrodólares de Caracas.

Una  expresión de  este síndrome que  lleva a confundir  el deseo con la realidad y que evoca lo que le pasó a Don Quijote por leer tantas aventuras de caballería,  es el Perfeccionamiento Empresarial  (PE) raulista, que dicho correctamente se llama Cálculo Económico, un  mestizaje de  leyes económicas capitalistas con principios marxista-leninistas, que ya se aplicó en la URSS y Europa del Este con resultados fallidos.

En 1920 el economista austríaco Ludwig von Mises publicó un célebre artículo titulado "El cálculo económico en la comunidad socialista", en el que explicó por qué en un régimen comunista no era posible aplicar el cálculo económico, basado en analizar y gestionar mejor la relación cuantitativa entre los costos de producción, los precios y las ganancias para aumentar la eficiencia y el crecimiento económico.

Una vieja receta de los países comunistas

Von Mises,  Friedrich Hayek  y toda la Escuela Austríaca de Economía enfatizaron que el sistema comunista suprime el mercado, la propiedad privada y el  movimiento natural  de los precios, por lo cual no hay una base racional para la asignación de recursos.

El cálculo económico en Cuba (PE)  consiste en  que la gerencia socialista tiene más  autonomía (que sigue controlada centralmente) en su gestión y  obtiene un porcentaje de las utilidades de la empresa si cumple el plan centralmente trazado  de ganancias, rentabilidad, calidad de la producción y surtido. Las empresas pueden decidir los surtidos a producir y las inversiones a realizar. En tanto, los trabajadores  obtienen una parte de la ganancia obtenida si logran reducir el costo de producción, o lo mantienen bajo, según fue planificado.

Luego de la muerte de Stalin, este sistema se aplicó en la URSS hasta su desintegración. Las empresas  tenían que ser rentables sin recurrir a subsidios del Gobierno, trazaban su propio plan técnico y financiero.  Gozaban de autonomía total en contabilidad, la selección de proveedores y clientes, y disponían de fondos propios.  Los empleados  duplicaban su salario si sobrecumplían  en un 10% sus metas productivas,  y hasta lo triplicaban si las superaban en un 20%.

Lo mismo hicieron  todas las naciones comunistas, y  en forma más "atrevida" en Alemania Oriental con sus combinados industriales, más eficientes que las uniones de empresas en la URSS o los complejos industriales de Bulgaria, pero a años luz de las compañías de  Alemania Occidental.

En Yugoslavia se fue más lejos y las empresas estatales eran confiadas a cooperativas de trabajadores para que las gestionaran y obtuviesen  buena parte de las ganancias. La autogestión  descansaba en la asamblea y el consejo obrero, el comité de gestión y el director. Pero un comité estatal  nombraba a los directores de las empresas,  decidía las inversiones y los productos a fabricar.

En Cuba el PE se inició en 1987 en las empresas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y en 1998 en las civiles. Se aplicó en 767 empresas civiles, el  32% de todas las existentes.  Pero en 2002, al comenzar el flujo de petrodólares de Hugo Chávez a La Habana, Fidel Castro ordenó un regreso a la centralización estalinista-guevarista.  

Centralismo a ultranza

La autonomía empresarial  y la vinculación del salario con lo producido  fueron rechazados siempre por Fidel Castro. Y el Che Guevara  los calificaba de traición al socialismo. El comandante argentino, a cargo de la industria cubana, era un enemigo acérrimo de la autonomía.  En una reunión en el Ministerio de Industrias, en febrero de 1964, el  Che señaló que las empresas "consolidadas" (estatales) tenían que ser  estrictamente controladas centralmente, pues había que  "considerar el conjunto de la economía como una gran empresa", ya que si  a estas se les daba autonomía  se convertirían en "lobitos entre sí  dentro de la construcción del socialismo..." . 

Fue el Che quien estableció  la "emulación socialista" y los estímulos morales (banderitas)  en vez de dinero  para los trabajadores sobrecumplidores del plan de producción.  Los premios en dinero "corrompen  a la clase obrera", repitió luego Castro, renuente  a cualquier atisbo de autonomía empresarial y de autofinanciamiento, hasta  principio de los 80, en que hubo una ligera pausa. Pero en 1986 el comandante resucitó al Che, destituyó como ministro de Economía a Humberto Pérez (partidario del cálculo económico), y  lanzó la centralizadora campaña de "Rectificación de Errores y Tendencias Negativas", para alejar a Cuba de la perestroika soviética, aunque sí  autorizó  el "perfeccionamiento"  en las empresas militares para que no fuesen tan  desastrosas como las civiles.

Retirado Fidel por enfermedad, ahora  se quiere extender  a toda la economía nacional, pues según los "Lineamientos" del  VI Congreso partidista  las empresas estatales son la espina dorsal  económica del país, y deben ser "estimuladas y fortalecidas".

En las empresas en las que se aplica el PE  el salario de cada obrero depende del resultado de su trabajo. Las empresas son estimuladas, o penalizadas, según sea el rendimiento y los resultados financieros de su gestión.

Por un sector privado urgente

Pero en Europa el cálculo económico no salvó al comunismo  y en Cuba ni siquiera se puede aplicar a menos que se hagan las reformas  de mercado que se niega a realizar la gerontocracia gobernante.  Porque este sistema se afinca en la eficiencia y la reducción  de los costos de producción, lo que  implica el despido  masivo de trabajadores que perciben un salario pero que en realidad hacen muy poco, o nada.

El régimen está  atrapado en un callejón cuya única salida es la de liberar en grande  las fuerzas productivas y crear un sector privado amplio y sólido —y no solo  de cuentapropistas—,  y facilitar sin trabas las inversiones extranjeras de capital y tecnología.

En otras palabras, la dictadura  está obligada a permitir pequeñas y medianas empresas privadas que sean capaces de asimilar a los cientos de miles de trabajadores  que deberán ser  cesanteados para que la economía no sucumba.  Esta ha llegado a tal estado ruinoso que no está en condiciones ni de recibir primeros auxilios. No  puede asimilar siquiera el cálculo económico como curita pasajera.

Cuba necesita desesperadamente mucho capital y un sector privado que compense la obsolescencia tecnológica estatal, la falta de inversiones, desabastecimiento de insumos y equipos y  la bajísima productividad de la fuerza de trabajo estatal, muy ineficiente porque hace medio siglo que no tiene cómo entrenarse para ser eficiente.

En fin, Raúl tiene un gran dilema:  o afloja la mano y concede  libertad económica  a los cubanos, o el país verá agravarse el atraso y la pobreza en que ha sido sumergido, y ni siquiera se cumplirán los acuerdos del VI Congreso partidista.  Cualquier otra cosa que haga el general estará agravando la enfermedad genialmente definida por Einstein.

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