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Opinión

Una conspiración de bellas personas

¿Qué pasaría si la disidencia aprendiera tanto del castrismo como el castrismo ha aprendido de la disidencia?

Hollywood

Creo que es la primera vez en nuestra historia moderna (por lo menos desde la revolución del 33 y la caída del machadato), que los luchadores antigubernamentales son personas pacíficas, razonables y honestas, y no una sarta de bribones, pandilleros, antisociales, fanáticos y demagogos.

El equilibrio sicológico y moral de nuestros disidentes pudiera resultar atractivo si no redundara, a fin de cuentas, en la esterilidad. En tiempos de crisis, la virtud es socialmente improductiva —inconsecuente políticamente—, aunque muy socorrida a la hora de consignar unos datos biográficos que favorezcan al opositor. La probidad sirve, si acaso, para completar planillas.

¿Cuántos opositores no se han encomendado a Dios, han fundado grupos apegados a la Iglesia, a la doctrina cristiana, al ecologismo, al judaísmo o al espiritismo? ¿Cuántos no han jurado por los estatutos de alguna constitución, ideal o ya superada, abolida o todavía por redactar? Los derechos humanos inspiraron a quienes demandan de la dictadura la adhesión a unos principios universales, abstractos e inútiles.

Hay otros que hacen oposición desde la cultura, lanzan proyectos artísticos y debaten entre sí cuestiones estéticas. Acumulan reconocimientos, viajan o no viajan, reciben becas y estímulos materiales de los mismos poderes que apuntalan la maquinaria cultural castrista con estipendios, scholarships y dineritos. Las revistas de moda que los proclaman gente del año exaltan también al dictador como prodigio del siglo.

Por eso creo que, a pesar de sus abismales diferencias, la oposición y el castrismo (o mejor: el castrismo y su oposición) juegan en el mismo bando. Entiéndaseme bien, hablo de una cuestión complicada: yo también llevo décadas apoyando al bando de los honestos. El cansancio me obligó a mirar el asunto desde otro ángulo. Lo que quiero decir es que el castrismo y su oposición operan en el mismo terreno, que se emiten y se absorben en un mismo campo dinámico, que han llegado a una especie de equilibrio.

Como mismo el castrismo vivió del embargo, y como mismo fagocitó a su exilio para comenzar a vivir de él parasitariamente, en usufructo perpetuo de sus logros y de sus derrotas; como mismo había incorporado antes al "imperialismo yanqui", integrándolo a sus funciones mediáticas y parasimpáticas; como mismo mutó en raulismo, que no es más que la transición contaminada de estatismo —y ahora capaz de producir su antígeno: la intransición—, asimismo el castrismo tardío, el castrismo replicante, se presenta como el producto de la hibridación contrarrevolucionaria.

¿Qué hacer? He pensado en un dispositivo de duplicación reversa por el que la disidencia llegara a apropiarse de los contenidos del fidelismo, de sus ingredientes activos (léase: agresivos). La oposición podría aprovechar el repliegue o simulacro raulista para romper el equilibrio. Podría valerse de la autocomplacencia y del falso bienestar de la etapa "transitiva", e implementar unos mecanismos de organización clandestina capaces de reproducir las células del castrismo, de duplicar la acción encubierta castrista.

Para eso, la oposición deberá dejar de ser una conspiración de bellas personas. Deberá encontrar a sus feos y a sus degenerados, a sus frustrados, a sus acomplejados y a sus deformes: a sus Melbas, a sus Chechés, a sus Renatos Guitart y a sus Ñicos López. Los escrupulosos deberán hacer lugar a los inescrupulosos; la decencia deberá subordinarse a la bajeza. ¡Y de bajeza tenemos en Cuba canteras inagotables!

Llegado el momento, se reclutará entre los bandoleros, esos que cuando arriban a Miami no se arredran ante ningún peligro, ni sienten el menor escrúpulo ante los negocios sucios. Tampoco deberá preocuparles de dónde sale el dinero para sus escaramuzas. El dinero de una revolución es siempre mal habido, y los medios justifican el fin, siempre que se trate del Fin, con mayúscula. De una ciudadanía desmoralizada nacerá el próximo gobierno democrático de Cuba. De la escoria surgirá un liderazgo capaz de encauzar la violencia por canales patrióticos.

¿Soluciones pacíficas y electorales? ¿Es que somos acaso los comunistas de 1953? Mientras que en un mundo ideal la oposición "clásica" representaría la auténtica alternativa a los desmanes del castrismo, a su ceguera y arbitrariedad, en el mundo real, la chusma sin principios —es decir: la creación suprema del fidelismo— está llamada a convertirse en la sepulturera de los ideales revolucionarios.

Es entre la canalla que prosperará cualquier iniciativa de caos. Con ella ha de contar, tarde o temprano, la empresa liberadora. La disidencia le ha vuelto las espaldas, desafortunadamente, al trápala, al delincuente y al parásito, pero es en ese medio, en ese caldo de cultivo, donde abundan la intriga y la conspiración, que son los elementos claves del modelo castrista a duplicar. Creer que la revolución fue hecha por personas decentes es haberse tragado, completo, el cuento castrista. Los que así piensan, conciben su anticastrismo desde la falsa conciencia castrista. Son víctimas inocentes del peor tipo de diversionismo ideológico.

Lo anterior nos remite a los eventos de la actualidad. El gesto de Andrés Carrión Álvarez dio la medida de la energía potencial encerrada en la inercia aparente del cubano. Se trata de una fuerza de resistencia, de rechazo, pero de una fuerza al fin y al cabo. El "incidente Carrión", en Santiago de Cuba, encierra una doble moraleja. Primero: que es cuestión de enseñar a desembarazarse de la fuerza reprimida a quienes la poseen en exceso. Segundo: que la fuerza (la fuerza-en-sí) ha sido denigrada y desacreditada por los ideólogos castristas, y descartada como mero "instinto", como fuerza bruta. Nos avergonzamos de nuestra fuerza: el adoctrinamiento nos obligó a verla como un elemento foráneo, ajeno a nuestra "esencia". Nada más lejos de la verdad.

El zarpazo del seudo camillero nos permite apreciar esa fuerza en toda su crudeza, e imaginar un escenario en que el opositor sea quien se disfraza, quien se confunde entre las filas de la Cruz Roja, y quien propina el golpe al esbirro. ¿Qué pasaría si se intercambiaran los papeles, si se trocaran los camuflajes? ¿Qué pasaría si existieran dos, tres, muchos Carriones indetectables? Estas son preguntas que caen por su propio peso, son las interrogantes que el régimen, en su infinita prepotencia, nos impone. Y esta otra: ¿qué pasaría si la oposición imitara al castrismo, si la disidencia aprendiera del castrismo tanto como el castrismo ha aprendido de la disidencia?

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