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Opinión

Cuba y Egipto, similitudes y diferencias

La lección de Egipto constituye un mensaje para todos los cubanos, incluyendo a las autoridades. Un Egipto para Fidel Castro / Ramos Lauzurique

La Habana

El derrocamiento de Mubarak en Egipto ha estimulado la idea de que en Cuba pudiera ocurrir un hecho similar. Dicha conclusión, basada en las similitudes, no tiene en cuenta las diferencias entre ambos escenarios.

Los gobiernos de los dos países, emergidos en la década del 50 del pasado siglo, conformaron sistemas de partido único, economía estatizada y ausencia o limitación de las libertades ciudadanas. Ambos, en medio de la Guerra Fría, participaron en un juego de intereses estratégicos ajenos a sus pueblos. En Egipto, la retirada de la ayuda económica de Occidente para la construcción de la presa de Asuán y después el resultado desfavorable de la guerra con Israel en 1967, condicionaron la ayuda de la Unión Soviética. En Cuba, la ruptura de relaciones con Estados Unidos y más tarde el fracaso de la zafra azucarera de 1970, condicionaron la dependencia de la Unión Soviética y su ingreso al CAME. A pesar de estas similitudes, otros factores políticos, históricos y culturales, determinaron rumbos diferentes.

En Egipto

En 1952, al frente de un grupo de militares, Gamal Abdel Nasser derrocó a la monarquía del rey Faruk I y creó la República Árabe de Egipto, en la que ocupó el cargo de primer ministro y luego la presidencia. Al morir en 1970, fue sustituido por Anwar al-Sadat, quien, sin renunciar al modelo totalitario, dio un giro a la política precedente; estableció un gobierno con el jefe del Estado como presidente de la República y un régimen de liberalización económica y política para atraer al capital de Occidente; reconoció al Estado de Israel y, al fracasar en su proyecto de paz, se alió a la Unión Soviética, lanzó la guerra contra Israel en 1973 y a través de negociaciones recuperó el canal de Suez y los campos petroleros del Sinaí. Luego, en Camp David, suscribió un acuerdo para la solución del conflicto, por lo que recibió el Premio Nobel de la Paz.

A la muerte de Sadat en 1981, Muhammad Hosni Mubarak accedió al poder e introdujo algunas reformas políticas que permitieron a los Hermanos Musulmanes una mayor participación. Sin embargo, debido a su apoyo a las sanciones impuestas a Irak por la invasión a Kuwait y a su contribución militar a la coalición que enfrentó a ese país en la guerra del Golfo Pérsico, sus enemigos iniciaron acciones que arrojaron centenares de víctimas; en respuesta, el Gobierno ejecutó a decenas de opositores. En esa situación, en el 2005, Mubarak presentó una nueva propuesta de reforma constitucional que, entre otras cosas, cambió la forma de elección presidencial. Las protestas, sin embargo, continuaron reclamando libertades cívicas y políticas más profundas.

En los 56 años transcurridos desde que Nasser ocupó la presidencia hasta el derrocamiento de Mubarak, el poder en Egipto fue ocupado por tres gobiernos que, sin renunciar al totalitarismo, fueron introduciendo cambios que permitieron determinada participación pública y legal de importantes sectores de sociedad civil, sin lo cual hubiera sido mucho más difícil, si no imposible, el actual desenlace.

En Cuba

Fidel Castro encabezó el movimiento insurreccional que atacó al Cuartel Moncada en 1953, desembarcó en la Isla en 1956 y tomó el poder en 1959. A partir de ese momento comenzó un proceso que estatizó la economía, conformó un sistema de partido único, desmontó la sociedad civil existente y estableció un control absoluto sobre los medios de información y sobre los ciudadanos a través de los CDR. Gracias a las subvenciones de sus aliados ideológicos, se pudo garantizar un sistema de salud, educación y deporte y la venta de productos subsidiados que, junto al diferendo con Estados Unidos, sirvió para atenuar y solapar las contradicciones entre Estado y sociedad.

Si en Egipto la introducción de cambios comenzó en los años 70, en Cuba no comenzaron a materializarse hasta el 2008, después de la designación del general Raúl Castro como Presidente del Consejo de Estado. Esos cambios, limitados y contradictorios, están tomado cuerpo desde diciembre del pasado año, cuando afirmó que en el año 2011 comenzaría de manera gradual y progresiva la implementación de los cambios estructurales y de conceptos en el modelo económico cubano.

Estas diferencias de condiciones explican que los acontecimientos de Egipto no se manifiesten de igual forma en Cuba. Sin embargo, lo ocurrido en aquel país pudiera devenir lección de alcance global para el presente-futuro, en dependencia de cómo evolucione el proceso hasta la implantación de la democracia, las libertades y los derechos ciudadanos.

La lección

La lección de Egipto consiste en que en la historia, los cambios sociales emergidos de revoluciones encabezadas por élites o figuras carismáticas que enarbolando las demandas de su época y lugar movilizaron a las "masas" para derribar el orden existente, al asumir el poder devinieron fuentes de derecho generando regímenes similares o peores a los derribados.

Sin embargo, lo ocurrido recientemente rompe esa tendencia, porque el sujeto de los cambios no ha sido ninguna figura, élite, movimiento o partido político, sino el pueblo. La consolidación del proceso egipcio dependerá de la capacidad ciudadana para ejercer presión sobre el ejército, que tiene la responsabilidad de establecer un régimen democrático.

Si se logran los objetivos reclamados por los egipcios, entonces, a la tesis de que la historia la hacen los hombres, hay que agregarle dos observaciones: una, que hasta ahora unos hombres han participado en condición de "masa", u objetos de otros hombres —conductores, líderes, caudillos, jefes— que son quienes realmente han fungido como sujetos; otra, que lo ocurrido con muchos procesos revolucionarios habrá que considerarlo como proto-historia, pues hasta la lección egipcia, los pueblos no han sido verdaderos sujetos, sino objetos. Entonces, la tesis de que la historia la hacen los hombres asumiría todo su valor sólo cuando los pueblos participen en condición de sujetos.

En nuestro caso, en ausencia de los derechos y libertades legalizados para que los cubanos actuemos como sujetos, las manifestaciones populares de Egipto podrían asumir en Cuba la forma de reclamos para profundizar los cambios, es decir, convertir las actuales reformas gubernamentales en un primer paso hacia la democracia. Eso es lo más factible en el actual escenario como posibilidad de cambios pacíficos. Otros desenlaces pueden imponerse por la  inflexibilidad del gobierno, pero no es lo deseable ni lo necesario. La lección de Egipto constituye un mensaje para todos los cubanos, incluyendo a las actuales autoridades.

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