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Opinión

La vanguardia intelectual trata de economía

El viceministro de Cultura se muestra optimista ante los recortes. Para un crítico de arte, los cubanos son holgazanes.

Madrid

Las últimas semanas del 2010 han sido pródigas en noticias económicas sobre la cultura. El sistema de premios y eventos nacionales, paralizado durante meses a partir de una carta del ministro de Economía Marino Murillo, fue retomado según avisara una comunicación del 8 de diciembre del Secretariado de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

"El año ha sido un año igualmente duro, intenso", comentó el vicepresidente de la UNEAC Omar Valiño, "pero lo despedimos con la buena noticia […] de que el gobierno directamente, después de la revisión a que fue sometido el sistema de premios, ha aprobado íntegramente la propuesta que había estudiado y elevado la UNEAC. De tal manera que el 2011 va a funcionar con el sistema de premios de la UNEAC plenamente activo. Igualmente nuestro sistema de eventos".

Al anunciar la próxima edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana, la presidenta del Instituto Cubano del Libro (ICL) Zuleika Romay se refirió a los ajustes necesarios en la producción editorial. Tendrían que ser "más racionales en la producción, buscar amplitud de surtidos, poner en manos de los lectores novedades editoriales en cantidades apreciables y, a su vez, ajustar las tiradas en concordancia con estimaciones de demanda que son posibles calcular".

El ICL comenzaba a hacer sus propios estudios de hábitos de lectura. Mejorarían la gestión comercial, trabajarían en pos de la exportación de libros. Las tiradas de libros tendrían, indudablemente, que reducirse.

El primer día de enero, Juventud Rebelde publicó una entrevista con el viceministro de Cultura Fernando Rojas, centrada en los recortes venideros. Rojas habló de racionalizar el sistema de escuelas de arte. "Habrá menos escuelas de instructores", reconoció. Se realizarían "ajustes en la matrícula de la enseñanza de las academias". Pero no amainaba su optimismo: "No veo en eso una afectación al crecimiento de la masa de profesionales de la cultura, sino una optimización de esa formación".

Según él, crecería el sector empresarial en la cultura, y habría que definir las relaciones entre administración cultural y cuentapropismo. Tendrían, forzosamente, que subir los precios: "No se puede aplicar aquí el esquema que se articula en una capital occidental capitalista, en el cual le es imposible al ciudadano común asistir a un espectáculo de ballet […] pero tampoco puede ser prácticamente un regalo".

Declaró el 2011 como un año "muy tenso". Contarían con menos asignaciones presupuestarias y tendrían que crecer en ingresos. "Van a ser 12 meses de transformaciones institucionales importantes: entidades presupuestadas que se convierten en empresas, descentralización de gestión, reducción importante del personal burocrático…"

No obstante, una parte del mundo de la cultura podía estar tranquila. Porque el viceministro consignó: "Habrá siempre que invertir en preservar la vanguardia intelectual [...] No puede ser que un criterio economicista injustificado nos conduzca a que los escritores y artistas sientan que su trabajo está insuficientemente protegido".

Leídas estas advertencias, uno puede preguntarse qué es la vanguardia intelectual. O mejor, qué entiende por ello un Fernando Rojas. Seguramente, el término ha de estar más próximo al uso ideológico (el Partido como vanguardia del proletariado, el proletariado como vanguardia de la sociedad) que al de la crítica de arte. Y es posible aventurar esta definición: vanguardia intelectual es aquella que merece los premios y eventos que la UNEAC acaba de garantizar incólumes.

Un artículo de Rufo Caballero

No solo secretariados, viceministros y presidentes se han ocupado últimamente de temas económicos. El sitio web de la UNEAC publicó un artículo de largo título del crítico de arte Rufo Caballero: La actividad económica y social por cuenta propia sería el batacazo final al dañino paternalismo socialista del subempleo. Se trata, hasta donde sé, de la primera incursión del autor en temas económicos, y el impulso debió venirle de ciertos artículos leídos: "En las últimas semanas, he leído varios textos de enfoque trágico sobre los 'despidos' (palabra que suena a terror social, de ese que no encuentra consuelo ni en el chicuelo de Chaplin) y la tendencia a la reducción de plantillas en el ámbito laboral cubano".

¿Por qué entrecomilla Rufo Caballero los despidos? ¿Duda de que vayan a efectuarse? ¿O le resulta una exageración cuando podría llamárseles, más atinadamente, "tendencia  a la reducción de plantillas en el ámbito laboral cubano"? Desde el comienzo, el articulista se ubica en una tierra media entre dos extremismos. Por un lado, quienes defienden el inmovilismo social. Por el otro, los que no aceptan ningún cambio que venga de la dirigencia revolucionaria.

"Entre unos y otros, existe una franja intermedia, de gente interesada en hacer ver que Revolución quiere decir que la gente viva, que la gente respire, que el salario valga, que el dinero contribuya a robustecer valores espirituales, que calidad de emociones significa calidad de vida, y que el sacrificio no es una finalidad sino un medio. Gente interesada en recordar cómo ha sido la debacle económica la que ha determinado que se resienta todo un mundo de valores caros a esta sociedad".

El equilibrio del articulista reposa en esta simple idea: son los aprietos económicos quienes han impedido el cumplimiento de las promesas revolucionarias. Si no fuera por la maldita economía (o el imperialismo yanqui), la sociedad revolucionaria sería todo lo justa y hermosa que han prometido sus líderes. Pero, en vista de que la economía existe y dicta, es preciso encararla: "No se puede seguir hablando de valores sin obviar la economía; ya ha sido suficiente error la pretensión de que un país se sostiene y se alimenta de ideales, de utopías, de consignas; porque, a la postre, sin sostén económico, se quiebran los ideales, las consignas, las utopías".

Rufo Caballero se desvela por la buena salud del lenguaje oficial, y no gasta compasión en quienes tienen que vérsela con "la tendencia a la reducción de plantillas en el ámbito laboral cubano". Descarnado o pragmático, él propone otro modo de aceptar lo inevitable. "Habría que ver la actual circunstancia de los 'despidos' con otra perspectiva, que sobrevuele los anecdotarios lacrimógenos, y se percate de que, a no tan largo plazo, esta puede ser la posibilidad de la entrada de la pequeña propiedad en Cuba, que llegará a dinamizar la vida social".

Una vez más es necesaria una mirada que rebase al individuo, que no se detenga en casos personales. Rufo Caballero pone comillas contra los extremistas que no aceptan ninguna medida revolucionaria, por beneficiosa que resulte. Y, contra quienes apuestan por la inmovilidad, defiende la figura del cuentapropista: "Si el Estado no puede resolver los problemas de transporte, como, durante décadas, se ha evidenciado que no puede, el botero no puede constituir un problema nacional".

En su diálogo con esos inmovilistas, varias veces explicita (y es preciso reconocerle el atrevimiento) la amenaza de un levantamiento popular. Es a la vista de ese peligro que deberían aceptarse las nuevas permisividades económicas. "No es fácil, para nada", avisa de ellas, "pero peor es que la olla siga cogiendo presión, y presión, a punto de implosionar. […] Hay que crear válvulas de escape, válvulas de salida, alternativas urgentes". 

Apela al pragmatismo de la dirigencia. Cita el ejemplo de Fidel Castro: "Así como se las ingeniaba Fidel para trocar las crisis políticas (el Mariel como paradigma) en coyunturas para la movilización del consenso, es este un momento para probar que la Revolución es mucho más que la clonación patrimonial de los valores históricos, o que un par de palabras que intentan preservar cuanto se ha conseguido hasta aquí".

El ejemplo no podía ser más perverso, pero da la medida de hasta dónde está dispuesto Caballero con tal de no perder optimismo. Bienvenidos (si fueran necesarios para lidiar con el medio millón de despedidos) los actos de repudio, las amenazas, chantajes y vejaciones con que Fidel Castro se procuró consenso durante la crisis del Mariel. Decidido a encontrarle ventaja a la noticia del medio millón de puestos laborales suprimidos, el crítico de arte arremete contra la política de subempleo sostenida hasta ahora.

"El subempleo fue haciendo que este país se volviera definitivamente holgazán", afirma. "Ahora mismo Cuba es un país de la suspensión, donde la gente se inventa toda clase de excusas para no trabajar".

Sin embargo, su crítica del subempleo es engañosa. Pues no fue por filantropía que el Estado brindó puestos de trabajo para todos. No existió nunca un Estado paternalista, como gustan de afirmar Granma y Rufo Caballero. Por el contrario: tanto desvelo por colocarle a cada quien un sueldo tenía perfecta correspondencia en la represión de todo intento de independencia económica. Fue por afán totalitario que se crearon puestos y nombramientos, subempleo y, ahora, despidos. Y las cárceles y los exilios cubanos están repletos de cuentapropistas prematuros, cuyo único pecado consistió en adelantarse a la política actual.

Rufo Caballero carga sus tintas en contra de la población. Acusa a sus compatriotas de haraganería con tal de no acusar al Estado, a la Revolución, a los hermanos Castro. Algo habrán hecho todos estos años esos trabajadores como para merecer ahora que los despidan, se dice. ¡Ya era hora de un buen correctivo! "¿Qué preferimos: recrearnos en el melodrama del desempleo con tal de retomar el subempleo complaciente, o entender que se acabó el abuso, que al fin la gente va a tener que trabajar, que doblar el lomo, para salir adelante, y que se va a terminar el país del mango bajito?", considera.

¿Abuso? ¿Qué abuso? ¿El de la gente? El pensamiento económico de Rufo Caballero coincide con la propaganda gubernamental en la creencia de que entre desempleo y cuentapropismo existe una solución de continuidad. De manera que cualquiera que padezca el primero de estos accidentes podrá redimirse enseguida gracias al ejercicio del segundo. ¿Le han despedido de la empresa estatal en la que trabajaba? ¡Hágase cuentapropista! ¿Acaso no es el cuentapropismo la fase superior del paro laboral?

Otra simplificación le permite entender la campaña de despidos como si de justicia providencial se tratara, en la que solamente irán a la calle quienes se encontraban subempleados. Lógica esta que no alcanzaría a explicar la suerte que corrieron, hace algunos años, tantos trabajadores de la desmantelada industria azucarera. "El susto de este minuto", afirma él, "no es el susto ante el desempleo; es el susto ante el imperativo del trabajo".

Lo peor de un optimismo tan ramplón es que se basa en la salvedad del articulista. Pues, a diferencia de sus compatriotas despedidos o por despedir, él sí cree haber trabajado a conciencia y encontrarse a salvo. Él y una masa de justos. "Es curioso que quienes llevamos muchos años doblando el lomo", reconoce, "cada quien en lo suyo, abracemos la posibilidad de la cuenta propia como una apertura natural. Para nosotros, no entraña peligro alguno, sino eso: una posibilidad".

Perteneciente a la flor y nata de los trabajadores, a la aristocracia del esfuerzo, Rufo Caballero ha de estar incluido en la vanguardia intelectual para la que perviven (al menos por un año más) los premios y eventos. Podría alegarse que el suyo es un ejercicio conveniente para los nuevos tiempos. Que sus palabras restan moralina y sentimentalismo al desempleo masivo y se muestran, en momento tan difícil, capaces de optimismo. Podría alegarse que, si no compadece a la gente, es porque intenta movilizarla, sacarla de la autocompasión que paraliza.

Sin embargo, la apelación a su propia salvedad echa por tierra tales interpretaciones. Para alguien tan poco interesado en casos individuales, es muy dudoso que el suyo propio le sirva para enorgullecerse. Y es que Rufo Caballero se desentiende de aquellos ejemplos que resultan preocupantes o tristes porque está encantado de su particular destino. Considerado fuera de peligro, muestra un desdén facistoide por quienes van al paro. Y quizás se ocupa de estos temas solo por testimoniar la fruición de su sobrevivencia económica.

Estas líneas preguntaron al inicio qué entender por vanguardia intelectual. A juzgar por el artículo publicado en el sitio web de la UNEAC, habrá de ser requisito de ella el no pensar del todo. Porque, pese a todos sus alardes, Rufo Caballero no hace más que demostrar cuánto subemplea su inteligencia.

Valdría entonces esta otra definición: la vanguardia intelectual mencionada por el viceministro Fernando Rojas está compuesta, indefectiblemente, por gente que subemplea su inteligencia sin riesgo de despido.

La intelectualidad cubana tenía ya entre sus preceptos el desentenderse del destino de opositores, periodistas por cuenta propia, disidentes y activistas de Derechos Humanos.  Ahora le toca, al parecer, despreocuparse de gente mucho más común.

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